domingo, 10 de enero de 2016

Andrée Conrad / Espinario


Siglo II a. C.
Museos Capitolinos (Roma)
Escultura helenística



EL ESPINARIO

Desde la madreselva al hibisco
las abejas revolotean susurrando
en estos atrios de piedra labrada,
poblados de bronce sobredorado.
De jarras de oro el amo sorbe vino
a su albedrío; camina manchando de verde
su corto látigo, decapitando
sin distinguir entre maleza y flor,
y los gatos se escurren de arbusto
en arbusto sin saber si ronronear o huir.
Una balada, griega o gala, hace que deponga
el látigo; las manos del amo
palmean por una vasija con crema.
El gorgoteo del vino llena una copa.
Albahaca etrusca, tomillo egipcio,
y pimienta de la India se mezclan
en el aire con cordero asado;
risas, chismes de esclavos. Petirrojos,
pinzones y reyezuelos agitan
las hojas del madroño,
la higuera, y el ciruelo, con plumas
de limón, pistacho y rojo oscuro;
bolas de luz que caen sobre el mantel.
Hoy, el amo los llama,
los alimenta con pan rociado
de aceite de oliva y sésamo.
La brisa de la tarde levanta
la falda de agua de la fuente.
¿Estará lloviendo? En la casa,
las cabezas se tornan hacia el atrio.
Ignorado, recién llegado de Grecia,
el discóbolo se prepara a lanzar
el disco. A su lado, un niño con piel
de cardenillo frunce el ceño,
extrayéndose una espina del pie.
El amo, afligido, pasa
acariciando, como los esclavos,
el bronce del pie herido
resplandeciente como el oro.

Andrée Conrad

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