domingo, 28 de enero de 2018

Julio Cortázar / Dama con unicornio



Rafael de Sanzio
La dama del unicornio
Pintura renacentista italiana
1505-06
Galleria Borghese. Roma


Saint-Simon creyó ver en este retrato una confesión herética. El unicornio, el narval, la obscena perla del medallón que pretende ser una pera, y la mirada de Maddalena Strozzi fija terriblemente en un punto donde habría fustigamientos o posturas lascivas: Rafael Sanzio mintió aquí su más terrible verdad. El intenso color verde de la cara del personaje se atribuyó mucho tiempo a la gangrena o al solsticio de primavera. El unicornio, animal fálico, la habría contaminado: en su cuerpo duermen los pecados del mundo. Después se vio que bastaba levantar las falsas capas de pintura puestas por los tres enconados enemigos de Rafael: Carlos Hog, Vincent Grosjean, llamado «Mármol», y Rubens el Viejo. La primera capa era verde, la segunda verde, la tercera blanca. No es difícil atisbar aquí el triple símbolo de la falena letal, que a su cuerpo cadavérico une las alas que la confunden con las hojas de la rosa. Cuántas veces Maddalena Strozzi cortó una rosa blanca y la sintió gemir entre sus dedos, retorcerse y gemir débilmente como una pequeña mandrágora o uno de esos lagartos que cantan como las liras cuando se les muestra un espejo. Y ya era tarde y la falena la habría picado: Rafael lo supo y la sintió morirse. Para pintarla con verdad agregó el unicornio, símbolo de castidad, cordero y narval a la vez, que bebe de la mano de una virgen. Pero pintaba a la falena en su imagen, y este unicornio mata a su dueña, penetra en su seno majestuoso con el cuerno labrado de impudicia> repite la operación de todos los principios. Lo que esta mujer sostiene en sus manos es la copa misteriosa de la que hemos bebido sin saber, la sed que hemos calmado por otras bocas, el vino rojo y lechoso de donde salen las estrellas, los gusanos y las estaciones ferroviarias.

Julio Cortázar
Historia de cronopios y de famas

domingo, 21 de enero de 2018

Eugenio Montejo / Batalla de San Romano



Paolo Uccello
Batalla de San Romano
Pintura renacentista italiana
C. 1435-55
Galería de los Uffizi. Florencia


UCCELLO, HOY 6 DE AGOSTO

En el cuadro de Uccello hay un caballo
que estuvo en Hiroshima.
Nadie lo ve cuando se ausenta,
cuando sus ojos beben sombra
sobre los cascos que se pulverizan.

Uccello dejó un mapa de la guerra
arcaico, con armas inocentes.
No dibujaba aviones ni torpedos,
desconocía los submarinos,
su muerte iba del gris al rojo, al verde.

Sólo el caballo en este 6 de agosto
está herrado con viejas cicatrices,
sólo sus patas llevan en la noche
a la desolación del exterminio.

Es un caballo torvo, atado a un árbol,
siempre listo en su silla,
Uccello lo cubrió con capas de pintura,
lo borró de su siglo,
y hoy aguarda en el fondo de la cuadra
con los jinetes del Apocalipsis.


domingo, 14 de enero de 2018

José Watanabe / El grito



Edvard Munch
El grito
1893
Pintura expresionista
Galería Nacional de Oslo



EL GRITO (EDVARD MUNCH)

Bajo el Puente de Chosica el río se embalsa
y es de sangre,
pero la sangre no me es creída.
Los poetas hablan en lengua figurada, dicen.
Y yo porfío: No es el reflejo del cielo crepuscular, bermejo,
en el agua que hace de espejo.

Oyen el grito de la mujer
que contemplaba el río desde la baranda
pensando en las alegorías de Heráclito y Manrique
y que de pronto vio la sangre al natural fluyendo?
Ella es mujer verdadera. Por su flacura
no la sospechen metafísica.
Su flacura se debe a la fisiología de su grito:
Recoge sus carnes en su boca
y en el grito
las consume.
El viento del atardecer quiere arrancarle la cabeza,
miren cómo la defiende, cómo la sujeta
con sus manos
a sus hombros: Un gesto
finalmente optimista en su desesperación.
Viene gritando, gritando, desbordada gritando.
Ella no está restringida a la lengua figurada:
Hay matarifes
y no cielos bermejos, grita.

Yo escribo y mi estilo es mi represión. En el horror
sólo me permito este poema silencioso.

Historia natural (1994)



domingo, 7 de enero de 2018

Édouard Schuré / Hermes de Olimpia



Praxíteles
Hermes con Dionisos niño.
Escultura griega del periodo clásico final.
Siglo IV a. C.


¿Queréis ahora contemplar a la flor de la juventud helénica? Contemplad el Hermes de Praxíteles. La estatua se ha conservado casi intacta en el mismo lugar en el que la colocara Pausanias en el templo de Juno, y está de acuerdo con su descripción. No hay, pues, duda alguna sobre su autenticidad. Más su mejor firma es su belleza. He aquí el arte griego en su perfección con un encanto fluido y un temblor de vida que no pertenece más que a este maestro. Hermes, que está en pie y tiene la cabeza levemente inclinada, lleva en su brazo izquierdo un pequeño Baco a quien muestra un racimo de uvas que sostiene con la derecha. El niño se apoya con una mano en el hombro de su preceptor y tiende la otra hacia el fruto deseado. Y el hermoso joven mira al niño apasionado con ternura y dulce malicia. Diríase que el tórax, el cuello, los brazos y las piernas de Hermes han sido cinceladas por las Gracias y ajustadas al canto de las Musas. En su frente transparente brilla la inteligencia bajo la rizada cabellera; una sonrisa entreabre sus labios, y el pensamiento brota de sus ojos claros. Va a hablar… La palestra le ha servido únicamente para hacer que su cuerpo se convierta en la lira de su alma, en el templo de su espíritu. Es el verdadero efebo; presto a escuchar a Sófocles y a comprender a Platón. De este mármol emana un escalofrío de divina juventud, que nos hace pensar que la forma humana es algo sagrado.

La Grecia heroica y sagrada