domingo, 24 de mayo de 2015

Washington Irving / Patio de los leones



Patio de los Leones
La Alhambra de Granada
Arte islámico español. Periodo nazarí
Siglo XIV



 “Por el costado de enfrente, sirviendo de entrada un arco morisco, entramos en el famoso Patio de los Leones. No hay un sitio del edificio que dé una idea más completa que éste de su original belleza y magnificencia, pues ninguno ha sufrido menos los deterioros del tiempo. En el centro se halla la fuente celebrada en los cantares e historias. La alabastrina taza derrama por todas partes sus gotas de diamantes, y los doce leones que la sostienen arrojan sus cristalinos caños de agua como en los tiempos de Boabdil. El patio está tapizado con un lecho de vegetación y rodeado de aéreas arcadas árabes de calados trabajos afiligranados, sostenidos por esbeltas columnas de mármol blanco. La arquitectura, semejante a toda la del Palacio, está caracterizada por la elegancia más bien que por las dimensiones, poniendo de relieve cierto delicado, gracioso gusto y predisposición especial a los indolentes goces. Cuando se mira a través de la maravillosa tracería de los peristilos y de los -al parecer- frágiles festones de las paredes, se hace difícil el creer que haya sobrevivido a la destrucción y desmoronamiento de los siglos, a las sacudidas de los terremotos, a los asaltos de la guerra y a los pacíficos y no menos dañosos saqueos del entusiasta viajero; todo lo cual es bastante suficiente para disculpar la popular tradición de que está protegida por mágico encantamiento. “


Cuentos de La Alhambra

lunes, 18 de mayo de 2015

Baudelaire / Quis evadet?


 Quis evadet (¿Quién escapará?) 
1594 
Arte manierista holandés 

EL AMOR Y EL CRANEO
Viñeta antigua 

 El amor se sienta en el cráneo 
de la Humanidad, 
y desde este trono, el profano 
de risa desvergonzada, 

sopla alegremente redondas pompas
 que suben en el aire, 
como para alcanzar los mundos
 en el fondo del éter.

El globo luminoso y frágil
 toma un gran impulso, 
estalla y exhala su alma delicada, 
como un sueño de oro. 

Oigo al cráneo en cada burbuja 
rogar y gemir: 
-Este juego feroz y ridículo, 
¿cuándo acabará? 

 ¡Pues lo que tu boca cruel 
esparce en el aire, 
monstruo asesino, es mi cerebro, 
mi sangre y mi carne! 

 Charles Baudelaire “Las flores del mal”

lunes, 11 de mayo de 2015

Umberto Eco / Pórtico de San Pedro de Moissac



(Tarn et Garonne. Francia)
Escultura románica. Siglo XI


Vi un trono colocado en medio del cielo, y sobre el trono uno sentado. El rostro del Sentado era severo e impasible, los ojos, muy abiertos, lanzaban rayos sobre una humanidad cuya vida terrenal ya había concluido, el cabello y la barba caían majestuosos sobre el rostro y el pecho, como las aguas de un río, formando regueros todos del mismo caudal y divididos en dos partes simétricas. En la cabeza llevaba una corona cubierta de esmaltes y piedras preciosas, la túnica imperial, de color púrpura y ornada con encajes y bordados que formaban una rica filigrana de oro y plata, descendía en amplias volutas hasta las rodillas. Allí se apoyaba la mano izquierda, que sostenía un libro sellado, mientras que la derecha se elevaba en ademán no sé si de bendición o de amenaza. Iluminaba el rostro la tremenda belleza de un nimbo cruciforme y florido, y alrededor del trono y sobre la cabeza del Sentado vi brillar un arco iris de esmeralda. Delante del trono, a los pies del Sentado, fluía un mar de cristal, y alrededor del Sentado, en torno al trono y por encima del trono vi cuatro animales terribles... terribles para mí que los miraba en éxtasis, pero dóciles y agradables para el Sentado, cuya alabanza cantaban sin descanso.
En realidad, no digo que todos fueran terribles, porque el hombre que a mi izquierda (a la derecha del Sentado) sostenía un libro me pareció lleno de gracia y belleza. En cambio, me pareció horrenda el águila- que, por el lado opuesto, abría su pico, plumas erizadas dispuestas en forma de loriga, garras poderosas y grandes alas desplegadas. Y a los pies del Sentado, debajo de aquellas figuras, otras dos, un toro y un león, aferrando entre sus pezuñas y zarpas sendos libros, los cuerpos vueltos hacia afuera y las cabezas hacia el trono, lomos y cuellos retorcidos en una especie de ímpetu feroz, flancos palpitantes, tiesas las patas como de bestia que agoniza, fauces muy abiertas, colas enroscadas, retorcidas como sierpes, que terminaban en lenguas de fuego. Los dos alados, los dos coronados con nimbos, a pesar de su apariencia espantosa no eran criaturas del infierno, sino del cielo, y si parecían tremendos era porque rugían en adoración del Venidero que juzgaría a muertos y vivos.
En torno al trono, a ambos lados de los cuatro animales y a los pies del Sentado, como vistos en transparencia bajo las aguas del mar de cristal, llenando casi todo el espacio visible, dispuestos según la estructura triangular del tímpano, primero siete más siete, después tres más tres y luego dos más dos, había veinticuatro ancianos junto al trono, sentados en veinticuatro tronos menores, vestidos con blancas túnicas y coronados de oro. Unos sostenían laúdes; otros, copas con perfumes; pero sólo uno tocaba, mientras los demás, en éxtasis, dirigían los rostros hacia el Sentado, cuya alabanza cantaban, los brazos y el torso vueltos también como en los animales, para poder ver todos al Sentado, aunque no en actitud animalesca, sino detenidos en movimientos de danza extática --como la que debió de bailar David alrededor del arca-, de forma que, fuese cual fuese su posición, las pupilas, sin respetar la ley que imponía la postura de los cuerpos, convergiesen en el mismo punto de esplendente fulgor.


Umberto Eco 
"El nombre de la rosa"