domingo, 10 de septiembre de 2017

Manuel Vicent / Última Cena



Última Cena
Pintura renacentista del quattrocento.
1486
Refectorio de San Marcos. Florencia.


Cenáculo

En el refectorio menor del convento de San Marcos, en Florencia, hay un fresco de la Última Cena, pintado por Doménico Ghirlandaio. La mesa está montada en un ambiente de gran lujo bajo dos arcos de un soportal renacentista, que dejan ver un jardín interior con pájaros, frutales cuajados, palmeras y cipreses. Desde el alféizar de una ventana un pavo real apunta con la cola plegada al centro de la escena. Entre algunos vasos de vino, varios panecillos y tres cuencos de cerámica, por todo el mantel blanco e impoluto hay diseminadas gran cantidad de cerezas, que están puestas allí no para que se las coma alguien, sino para darle un aire de primavera al ágape. El Maestro tiene a los discípulos alineados, a derecha e izquierda, detrás de la mesa, con el bello Juan dormido en su regazo, a quien parece estar acariciando con mano dulce los rizos de oro. Sólo Judas se halla sentado enfrente del Maestro dispuesto a mojar el pan en el mismo plato, después de solventar sus diferencias. Detrás de Judas hay un gato, bien apalancado, mirando hacia el espectador, que, sin duda, espera que algún comensal le eche siquiera una miga, pero no una cereza. ¿Qué hace un gato en esta Última Cena de Ghirlandaio? Cualquier Cenáculo pintado en el quatroccento, no sólo el de Leonardo da Vinci, contiene un enigma. En esta pintura de Ghirlandaio resulta evidente que el tercer discípulo contando por la derecha es una mujer tocada con un manto rojo, lo mismo que Juan es también una figura ambigua envuelta en delicados tonos azules. Puede que Jesús de Nazaret anduviera predicando la buena nueva por los antros de Cafarnaum y que tuviera amores recios con una prostituta de Magdala hasta el punto de invitarla a la Última Cena. Tampoco sería nada extraordinario que, salvado en el último momento de la Cruz, el Maestro huyera con su amante a la India donde tuvieron hijos, que se han perpetuado hasta hoy, de forma que un descendiente directo del Nazareno esté entre nosotros y pueda ser registrador de la propiedad o conductor de autobús. Son fantasías. El verdadero enigma está en el gato situado detrás de Judas a los pies de la mesa en el Cenáculo. Existen dos posibilidades: que el Maestro le echara una miga o que se la echara Judas, que lo hicieran antes o después de que ese pan estuviera ya consagrado y que el gato comulgara, como un discípulo más, de la mano de Jesús o a expensas del avieso Iscariote. Puesto que a los gatos no les gustan las cerezas, éste es el único misterio del código Ghirlandaio.

EL PAÍS - Última - 04-06-2006

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