lunes, 4 de septiembre de 2017

Fernando González / Hermafrodita




Copia romana de un original helenístico.
Siglo II a. C.
Museo Nacional Romano
Palazzo Massimo alle Terme.



El Hermafrodita dormido

No puedo decir cuál de mis mármoles es mejor. Sería infiel. Si dijera que la Venus de Cirene, ahí está el Hermafrodita…

Ahí está acostado con la frágil cabeza entre los brazos, el busto retorcido, apoyado sobre un pecho que parece un lirio, por lo efímero, y las piernas atormentadas para no oprimir demasiado el pene y los testículos…

En la playa se acuestan así: el brazo derecho echado para adelante, un poco doblado en el codo; la cabeza sobre tal brazo, reposada sobre la sien derecha. El otro brazo, enarcado alrededor de la cabeza, algo distante. El busto sobre la tetilla, y la otra queda descubierta a cierta distancia de la arena. La pierna derecha un poco flejada, y la otra se estira por encima de aquélla, de manera que el vientre forma un rincón…

Pues así está el pálido, atormentado y frágil Hermafrodita, adormecido en el calor del vago deseo… Sólo que la tetilla es un pecho como un lirio, un pecho que es tetilla y es teta, más hermoso que todos los femeninos.

Es un cuerpo pecado; que atrae y repele. Cuerpo que nos explica cómo los atenienses enviaron a Alejandro un efebo, en premio de sus batallas sublimes.

La garganta enfermiza parece pedúnculo de flor venenosa y nos invita al amor. Todo ese cuerpo pecaminoso nos atrae, hasta el pequeño y suave pene. ¡Atracción maligna! De todo él resulta el complejo de emociones que forman el infierno de la belleza.

Es delgado, femenino y masculino. Quisiera llevarlo y pegarle y besarlo, y adorar a Dios en él. El Hermafrodita constituye el summum de la conquista en el arte: ¡reunir en la creación humana las bellezas de la mujer y del hombre, unificar la Naturaleza en un mármol!

Sólo puedo decir que desde mi encuentro con el Hermafrodita que duerme en el segundo piso del Museo Nacional de Roma, comprendo muchas cosas que antes ni sospechaba. El reino de nuestro Padre que está en los cielos tiene muchas moradas. El Hermafrodita griego no es la sucia inversión, sino la unificación de las bellezas, Dios padre y Dios madre. En el fondo de la inversión yace el ansia de perfección.

Pero quedó mal eso de que «el busto se apoya sobre un pecho que parece…». Ese pecho está comprimido por el tronco y no se percibe bien. El que parece un lirio es el otro, el que casi cae a la plancha de mármol sobre que yace el pobre atormentado…

Está adormecido, pero emana de todo él, de todas sus células, el sentimiento de que aprieta el pecho duramente, que siente placer-dolor en apretarlo y que pronto se pondrá bocabajo para comprimir también el sexo. Es un cuerpo contra natura que pide a gritos mudos el dolor de las caricias-castigos. El Hermafrodita llama a gritos a los dioses para que lo castiguen en todas las formas, porque a causa de todas las bellezas merece todos los castigos.

El Hermafrodita dormido.

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