domingo, 4 de febrero de 2018

Luis Racionero / Virgen de las Rocas



Leonardo da Vinci
La Virgen de las Rocas
Pintura renacentista italiana
1483-1486
Museo del Louvre. Paris


Me dirás qué tiene que ver esa Virgen sentada entre las rocas con la Inmaculada Concepción. No mucho, supongo, pero la visión es mía y para mí la Inmaculada Concepción es el misterio de la Madre y la Naturaleza. No es lo mismo mirar que ver. El sabio capta las armonías subyacentes entre las cosas y sabe usarlas para sus fines. Desde cuando tenía veintiún años encontré fácil imitar a la naturaleza; me percataba que, tras los objetos exteriores que tan fácilmente podía copiar, yacían escondidos secretos a cuyo conocimiento valía la pena dedicar mis esfuerzos. Pues bien, en esa Virgen entre las rocas yo quise expresar el secreto del Alma del Mundo y de la Madre, inmaculada o no. Para mí, el símbolo que representa la naturaleza es la Madre, no la madre de Dios, sino la del mundo. A través de la madre yo no veo, como los cristianos, al hijo, sino a la naturaleza toda. No he querido pintar Madonas con nimbos, resecas y planas como un icono bizantino, cosa de la que no se libró Giotto y muy poco Angélico, yo he seguido la innovación de Masaccio, el más grande pintor de Florencia, que puso rostros humanos, vivos, a sus santos y Madonas. Tampoco he querido pintar alas doradas o de pavo real a los ángeles, a los que identifico por su naturaleza andrógina, porque el sexo de los ángeles es doble: masculino y femenino a la vez. La Virgen es una dama y el ángel un efebo. No hace falta más, ni auras ni alas, su esencia debe aflorar de su rostro

La sonrisa de la Gioconda

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