lunes, 7 de noviembre de 2016

John Ashbery / Autorretrato en espejo convexo




Autorretrato en espejo convexo
C. 1524
Pintura manierista italiana
Kunsthistorisches Museum, Viena


Autorretrato en espejo convexo

Como hizo el Parmigianino, la mano derecha
más grande que la cabeza, adelantada hacia el espectador
y replegándose suavemente, como para proteger
lo que anuncia. Unos cristales emplomados, vigas viejas,
pieles, muselina plisada, un anillo de coral corren juntos
en un movimiento que sostiene al rostro, que flota
acercándose y retirándose como la mano
sólo que esta está en reposo. Es lo que está
sustraído. Dice Vasari: "Francesco se puso un día
a hacer su retrato, y se miró con ese propósito
en un espejo convexo, como los que usan los barberos...
Para ello mandó a un tornero que le hiciera
una bola de madera, y tras partirla por la mitad y
reducirla al tamaño del espejo, con gran arte
se puso a copiar cuanto veía en el espejo",
Principalmente su reflejo, del que el retrato
es el reflejo una vez quitado.
El espejo decidió reflejar tan sólo lo que él veía
lo que fue suficiente para su propósito: su imagen
barnizada, embalsamada, proyectada en un ángulo de 180 grados.
La hora del día o la densidad de la luz
adhiriéndose al rostro lo conservan
vivaz e intacto en un gesto recurrente
de llegada. El alma se asienta.
Pero ¿hasta dónde puede salir por los ojos flotando
y aún regresar a su nido a salvo? Al ser la superficie
del espejo convexa, la distancia aumenta
significativamente; es decir, lo bastante para apuntar
que el alma es un cautivo, tratado humanitariamente, mantenido
en suspenso, incapaz de avanzar hasta mucho más allá
de tu mirada cuando intercepta el cuadro.
El Papa Clemente y su corte se quedaron "estupefactos",
Según Vasari, y prometieron un encargo
que nunca se materializó. El alma debe permanecer donde está, (...)

(Fragmento)


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