viernes, 25 de diciembre de 2015

Richmal Crompton / Nocturno: Azul y plata




Nocturno: Azul y plata - Chelsea
1871
 Tate Gallery, London

        

La señora Monks, esposa del Vicario, se había acercado al puesto. No había olvidado el incidente de su abrigo, y estuvo vigilando a Guillermo a distancia desde que comenzó la venta.
         -¡Qué señora más rara! –dijo-. Es todo un carácter, ¿verdad? ¿has visto el precioso Whistler que ha traído para la señora Lane?
A Guillermo le daba vueltas el cerebro.               
         -¿El... qué? -preguntó con desmayo.                
         -El Whistler -dijo la señora Monks-. ¿No sabes quién era Whistler, querido? Fue un pintor y aguafortista que vivió a finales del siglo pasado. El cuadro que ha traído la tía de la señora Lane es un pequeño nocturno exquisito.
         El cerebro de Guillermo giraba todavía más de prisa al contemplar con el mayor asombro cómo la tía abuela Sara se llevaba un extremo de la trompetilla a su oído y entablaba conversación con sus vecinos. ¡Caramba! ¡No era de extrañar que no silbara!               
         Tía Sara sentíase plenamente satisfecha de sí misma. Había recuperado su trompetilla y calentado las orejas de Huberto. Cosa que había estado deseando hacer desde su llegada... Sus ojos se posaron en Guillermo. Allí había otro niño... un niño simpático y sincero, no de esos que roban las trompetillas de los sordos y los regalos a los puestos de Saldos para gastar una broma. Guillermo, recién salido de manos de su madre, aparecía pulcro y pulido, y esto le daba un falso aspecto de melancólica virtud. Después de haberse desahogado tirando de las orejas de Huberto, tía Sara sentíase generosa y derrochadora. Abrió su bolso y sacó seis peniques.
         -Aquí tienes un pequeño regalo de Año Nuevo, hijo mío -le dijo.                      
          Guillermo se animó. Al fin y al cabo le habían dado "algo" por la trompetilla... Decidió abandonar su carrera de ladrón hasta saber un poco más de los Whistlers y cosas. Considerándolo desapasionadamente, su mal propósito no había resultado mucho mejor que los buenos. Pero tenía los seis peniques... Aunque seis peniques eran menos que cien libras, siempre eran mejor que nada.
         Y mientras caminaba deprisa por la carretera para ir a reunirse con los Proscritos, decidió pasarse todo el año sin ningún propósito.

Richmal Crompton
“El mal propósito de Guillermo”

viernes, 18 de diciembre de 2015

Margaret Atwood / Estatua de Sekhmet




Estatua de Sekhmet
Arte egipcio 
Metropolitan Museum of Art (Nueva York)
XVIII dinastía (Ss. XV-XIV a.C. 

Sekhmet, cabeza de león, diosa de la guerra, las tormentas violentas, la peste y la curación de la enfermedad, contempla el desierto en el Metropolitan Museum of Art

Fue uno de esos hombres
incapaces de matar a una mosca... 
Muchas moscas viven ahora 
y él no. 
No fue patrón mío, prefería 
los graneros repletos; yo, la batalla.
Presagiaban matanza mis rugidos. 
Y sin embargo ahora estamos juntos, 
en el mismo museo. 
Tampoco veo los grupos caprichosos 
de niños admirados 
que aprenden la lección del olvido
multicultural, sic transit 
y etcétera.

Veo el templo donde nací
o me levantaron, donde fui poderosa,
y más allá el desierto, con sus tumbas
calientes en forma de cono, a decir verdad
y a la distancia, muy semejantes
a orejas de burro,
donde se ocultan mis bromas: piel y huesos
resecos, las barcas de madera
donde los muertos navegan
sin rumbo por toda la eternidad.

¿Qué esperabais oír de dioses
con cabeza de animal?
Y sin embargo, si bien se piensa,
los que inventaron luego, completamente humanos,
tampoco se lucieron.
"Ayúdame, hazme rico
destruye a mi enemigo"
parece ser la pauta en general.
Y también : "Sálvame de la muerte",
a cambio de vuestras ofrendas de sangre
y pan, oraciones y flores,
mucha palabrería.

Tal vez se me escape algo, pero si buscáis
amor altruista, os habéis equivocado de diosa...

Me quedo donde estoy,
hecha de piedra e ilusiones,
que la deidad que mata por placer,
también sane;
que en la última pesadilla aparezca
una leona buena con vendas en la boca
y cuerpo suave de mujer,
y que os limpie la fiebre a lametazos,
que os levante el alma con dulzura, por el cuello,
y os abrace hasta la oscuridad, el paraíso.


Versión original

jueves, 10 de diciembre de 2015

Pío Baroja / Cúpula de San Pedro



Miguel Ángel
Arquitectura renacentista italiana
Cinquecento


Era un azul de un brillo de nácar; en el cenit brillaba imperceptiblemente alguna estrella; en el poniente nadaban nubes doradas y rojas.
- Mira San Pedro; parece un trozo de nube.
- Si, es verdad; tiene un color azul como si fuera transparente.
Sonaban algunas campanadas y seguían pasando las grandes nubes blancas y majestuosas por el horizonte; en el Janículo, la estatua de Garibaldi se levantaba gallardamente en el aire, como un pájaro dispuesto a levantar el vuelo.
- Cuando contemplo así Roma –murmuró Laura-, siento una pena, una tristeza.
- ¿Por qué?
- Porque pienso que he de morir, y que ya no volveré a ver Roma. Ella estará así todavía siglos y siglos, iluminada por el sol, y yo habré muerto ya...¿Qué horror! ¡Qué horror!


“César o nada”

jueves, 3 de diciembre de 2015

Marcel Proust / Vista de Delft


Vista de Delft
1660-1661
Pintura barroca. Escuela holandesa.
Mauritshuis (La Haya)


Bergotte murió en las siguientes circunstancias: por una crisis de uremia bastante ligera le habían prescrito reposo. Pero un crítico escribió que en la Vista de Delft de Vermeer (prestada por el museo de La Haya para una exposición holandesa), cuadro que Bergotte adoraba y creía conocer muy bien, había un lienzo de pared amarilla (que Bergotte no recordaba) tan bien pintado que, mirándole sólo, era como una preciosa obra de arte china, de una belleza que se bastaba a sí misma. Bergotte leyó esto, comió unas patatas y se fue a la exposición. En los primeros escalones que tuvo que subir le dio un vértigo. Pasó ante varios cuadros y sintió la impresión de la sequedad y de la inutilidad de un arte tan falso que no valía el aire y el sol de un palazzo de Venecia o de una simple casa a la orilla del mar. Por fin llegó al Vermeer, que él recordaba más esplendoroso, más diferente de todo lo que conocía, pero en el que ahora, gracias al artículo del crítico, observó por primera vez los pequeños personajes en azul, la arena rosa y, por último, la preciosa materia del pequeño fragmento de pared amarilla. Se le acentuó el mareo; fijaba la mirada en el precioso panelito de pared como un niño en una mariposa amarilla que quiere coger. «Así debiera haber escrito yo -se decía-. Mis últimos libros son demasiado secos, tendría que haberles dado varias capas de color, que mi frase fuera preciosa por ella misma, como ese pequeño panel amarillo.» Mientras tanto, se daba cuenta de la gravedad de su mareo. Se le aparecía su propia vida en uno de los platillos de una balanza celestial; en el otro, el fragmento de pared de un amarillo tan bien pintado. Sentía que, imprudentemente, había dado la primera por el segundo. «Pero no quisiera -se dijo- ser el suceso del día en los periódicos de la tarde.» Se repetía: «Detalle de pared amarilla con marquesina, detalle de pared amarilla». Y se derrumbó en un canapé circular…
En busca del tiempo perdido. La prisionera



jueves, 26 de noviembre de 2015

Héctor Bianciotti / Cristo velado


Cristo velado
Escultura barroca italiana
1753
Capilla Sansevero (Nápoles)



¿Qué vi de golpe en ese bloque de piedra que la pa­ciencia y la audacia del cincel habían de tal modo vuelto flexible a la mirada?
El velo. El velo de mármol. El velo de mármol, que se hubiera dicho humedecido. El velo de mármol plegado, desplegado, reabsorbiéndose en los huecos de un cuerpo cautivo, de una sutileza de gasa sobre el re­lieve de las más íntimas venas, de los miembros, de la frente; sobre los salientes del rostro vagamente girado, de las rodillas flexionadas, de los pies para siempre despro­vistos de un apoyo y que parecen querer estirar el velo, provocar su deslizamiento, dejarlo caer.
Yo admiraba con deleite la maestría del escultor que, al convertir en transparencia la opacidad de la materia, suscitaba el impulso irresistible de arrancar ese velo que jugaba a enmascarar la desnudez del Cristo y que no era sino uno con su cuerpo. Ningún artista me habrá dado, jamás, frente a la técnica de Sanmartino en su Cristo de Nápoles, la impresión de haber ido más allá de lo po­sible.
Bajo el fluido sudario, el cuerpo reposa sobre un col­chón recamado, en el que se hunde, así como la cabeza se hunde en los dos almohadones superpuestos. Los cuales -todavía lamento la inconveniencia de la aproxi­mación- me recordaron a los sabios del Gulliver de Swift, que se proponían ablandar el mármol para hacer almohadas con él.
Calmo, como cuando el viento cesa y nada se mueve en el huerto. Ausente por completo, hasta del sueño mismo, afuera. Sus labios están cerrados, ya no tienen palabra alguna para nosotros. Ha dicho todo. Ha cum­plido su obra y no ha subido al cielo. No hay más rei­no, y el universo está lejos de ocuparse de su presencia divina. Helo aquí reducido a ese poco de mundo ade­cuado a su dimensión. Rodeado de silencio. Muerto. Ya no puede dar nada, ni siquiera los dolores que El ha su­frido y que nos ha dejado en herencia para que oremos al Padre y, en nombre de ellos, nos hagamos absolver.
Nada más que la persistencia del mármol. Y, no obs­tante, se siente la omnipotencia del cuerpo y, en los bra­zos, la fuerza y la dulzura de los abrazos que no fueron dados; algo de suave, de untuoso, de infinitamente ca­riñoso. Se diría que el artista Lo envolvió en ese velo de agua nacarada para poder, íntegro, sin escrúpulos, acari­ciarlo con su aliento.

“El paso tan lento del amor”

jueves, 19 de noviembre de 2015

J.W. von Goethe / Catedral de Estrasbusgo


Arquitectura gótica
1176 - 1240

" Cuantas veces el crepúsculo refrescó con amigable tranquilidad mi vista cansada por el mirar escrutador; entonces hizo que se fusionaran en masas enteras las innumerables partes y sólo aquellas se presentaron ante mi alma, simples y grandes, y mi fuerza desplegó llena de deleite para gozar y conocer al mismo tiempo! En esos instantes se me reveló con leves presentimientos el genio del gran maestro de la obra!. ¿Por qué te sorprendes?, me susurró. Todas estas masas eran necesarias ¿no las ves en todas las iglesias antiguas de mi ciudad? sólo he elevado a relación acertada sus proporciones arbitrarias. La forma cómo, sobre la entrada principal, que domina a dos más pequeñas al costado, se abre el ancho círculo del ventanal correspondiente a la nave de la iglesia, mientras anteriormente no había sido sino un hueco para dejar entrar la luz, la forma cómo la jaula del campanario, arriba en lo alto, necesitaba ventanas más pequeñas...¡todo ello era necesario y yo le di su hermosa figura! 
(...)
Con estas palabras se despidió de mí y yo me ensimismé en compasiva tristeza hasta que los pájaros de la mañana, que habitan en los miles de aberturas de la catedral, cantaran jubilosos y me despertaran del sueño. ¡Con qué frescura me brilló la catedral en el esplendor de aromática mañana, con qué alegría podía extender hacia ella mis brazos y mirar las grandes masas armoniosas, vivificadas en innumerables partículas como sucede en las obras de la eterna naturaleza, siendo todo, hasta la fibra más diminuta, forma y todo, medio para el conjunto!. ¡Cómo se eleva liviana en el aire la inmensa construcción de firmes basamentos, cómo todo está calado y, sin embargo, construido para la eternidad!. Debo a tus enseñanzas, ¡oh genio! el que yo no sienta vértigos ante tus profundidades, que en mi alma se deposite una gota de ese delicioso goce del espíritu el cual puede mirar desde lo alto a semejante creación. "



“De la arquitectura alemana”

lunes, 9 de noviembre de 2015

W. H. Auden / Paisaje con la caída de Ícaro


Paisaje con la caída de Ícaro,
Hacia 1558
Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica. Bruselas



MUSÉE DES BEAUX ARTS

Acerca del dolor nunca se equivocaron
los maestros antiguos: qué bien comprendieron
su sitio en nuestra vida, cómo llega
mientras que otros comen, abren una ventana o se pasean sin más;
cómo, si la pasión de los mayores espera reverente
el nacer milagroso, ha de haber siempre
niños que no tenían un deseo especial de que ocurriera
y patinen en la linde del bosque:
no olvidaron jamás
que hasta el peor martirio ha de cumplirse
como sea, en un rincón, en un sitio mugriento
donde los perros lleven su perra vida y el caballo del verdugo
se rasque contra un árbol las inocentes ancas.

En el "Ícaro" de Brueghel, por ejemplo: cómo se inhibe todo
tranquilamente del desastre: puede que el labrador
oyese la caída al agua, el grito no atendido,
y para él no fuese una tragedia: daba el sol
como tenía que ser en las piernas blancas que las verdes
aguas se tragaban; y el costoso, delicado navío que sin duda
vio algo extraño, un muchacho que caía del cielo,
iba a un lugar y, en paz, siguió su travesía.


                           W.H. AUDEN  "Otro tiempo" 1940

lunes, 12 de octubre de 2015

Rainer María Rilke / Torso de Mileto



Torso masculino, llamado "TORSO DE MILETO"
Mileto
Hacia 480-470 antes de C.
Museo del Louvre. París.





No hemos conocido su inaudita cabeza,
en la que maduraban las pupilas. Pero
su torso aún arde como un candelabro,
en el que su mirada, enroscada ahora hacia adentro,

se mantiene y destella. Si no, la proa del pecho
no te deslumbraría, ni el suave giro de las caderas
dibujaría esa sonrisa que se vierte
hacia aquel centro que sostenía el sexo.

Si no, sería una piedra desfigurada y breve
bajo la caída transparente de los hombros
y no centellearía como la piel de una fiera;

y no se escaparía de todos sus límites
como una estrella: pues no hay en ella un punto
que no te vea. Has de cambiar de vida.


"Nuevos poemas"



lunes, 28 de septiembre de 2015

Luciano G. Egido / Fachada de la Universidad de Salamanca


Arquitectura renacentista española. Plateresco.
Siglo XVI


Allí mismo, al lado, como una repetición de un prodigio celestial que hubiera caído sobre la ciudad, la casa de las escuelas mayores también crecía y era un pasmo ver cómo de la masa amorfa de piedra lisa, que habían levantado sobre las puertas de entrada, iba surgiendo la creación de figuras de plantas y animales, de hombres y de monstruos, que fueron poblando aquella superficie, ascendiendo escalonadamente, con minuciosidad artesanal, entrelazándose, sucediéndose, cubriendo aquel lienzo vertical de una sorpresa permanente, que me parecía increíble. Resultaba que la piedra dócil se desprendía de las partes inútiles, sobrantes, en una fina lluvia de oro intermitente, que dejaba al des- cubierto la riqueza ornamental que llevaba dentro, quizá puesta allí por Dios, como si bastara que la materia superflua desapareciera, para que aflorara a la luz el tesoro de sus entrañas. A mí me gustaba ver surgir poco a poco, de un día para otro, aquel acontecer de formas, que el sol enriquecía y doraba con una pátina superpuesta, tan pronto como sus rayos las alcanzaban. Todo era delicado y hasta los signos de la muerte, que advertían al espíritu de cuando en cuando, se convertían en decoración, en gozo de la mirada, antes que en reflexión sobre la caducidad de la vida. La aparición era lenta, como una cortina que se descorriera sobre un escenario de comedias, despertando el interés por los detalles que van a venir y que todavía están ocultos tras la tela, vedados a la curiosidad.

Al principio era una cenefa de apenas un palmo de altura, que corría de un lado a otro de la portada, que agotaba ya la admiración y hacía imposible la mejora. Yo me la quedé mirando, agradeciéndole a Dios que me conservara la vista para aquel ejercicio. Después de una semana, que tuve ocupada en otros menesteres, me encontré con el retrato, que no estaba muy logrado, pero que servía al caso, de los antiguos reyes, con los emblemas de su monarquía, rodea- dos de fieras y de símbolos, que no se podía pedir más. Pero la lluvia de oro no cesaba y un segundo tramo más ancho encadenaba la atención y abría la confianza en que el milagro pudiera repetirse y quizá sobrepujarse. Lo que yo veía era como un paño bordado, como una pintura en relieve, como un metal repujado, que mejor no podía fabricarse. Se negaba la resistencia propia de la materia, las dificultades de una labor tan arriesgada, expuesta a tantos contratiempos. Puntualmente, el polvo de oro seguía cayendo, como la demostración de que el asombro no se había acabado todavía. El águila imperial y el escudo de las Españas aparecieron otro día, amparados en sendas coronas de filigrana imposible, en medio de bichos y fantasías vegetales, caras y veneras, que daba pasmo contemplar. Pero todavía se extendió la admiración y, cerca ya del tejado de la casa, se abría un tercer tramo, cubierto de ángeles, calaveras, volutas y hojarasca, que dejaba un hueco en su justo centro para la tiara papal, que cobijaba a un maestro en su cátedra, con los discípulos a su vera y más arriba aún, el cuadro se cerraba con una crestería airosa que encelaba la suspensión de los sentidos.

“La piel del tiempo” 

lunes, 21 de septiembre de 2015

Antonio Gamoneda / Deux femmes nues enlacées





Deux femmes nues enlacées
1906

(DEUX FEMMES NUES ENLACÉES.
PICASSO,1906)

La suciedad está
creciendo hacia la belleza.
Vez abajo: material
ciego, trágico, roído,
cuajo triste de toda
sangre de desecho;
lodos sin tumba, grumos
miserables, esputos
de multitud cobarde.

Mas la miseria tiene
una fuerza: el dolor.

Color de perro y llanto,
de abajo a arriba, nace
desnuda una mujer;
impura como el mundo,
de abajo a arriba, negra,
roja en los muslos, siempre
distinta a la esperanza.

Mas, de pronto, hay un gesto
de paloma en el aire.
Oh, manos poderosas,
gracias por estos senos
humildes; ya dos pájaros
oscuros, dulces, cantan.
Más arriba, más alto,
vivos en la ternura,
los hombros temblarían
bajo un manto de música.

Más alto, más aún
-¡oh salvación!-, dorada,
una cabeza vive,
mira con ojos, piensa
dulcemente en el mundo.

Antonio Gamoneda “EDAD”

lunes, 14 de septiembre de 2015

John Keats / Ante los mármoles de Elgin.



Fidias
S. V .a. C.
Fragmento del friso de las Panateneas
Partenón de Atenas
Arte clásico griego




Mi espíritu es muy débil: la condición mortal
me abruma con su peso de sueño no querido
y toda imaginada profundidad o cima
de angustia de los dioses me dice “Has de morir”
como un águila enferma que mira hacia los cielos.
Lujo reconfortante es lamentar, aún,
que yo no tenga viento de nubes que guardar
fresco cuando aparece el ojo de la aurora.
Esas glorias mentales, apenas concebidas,
llevan al corazón indescriptible pugna;
y aquellas maravillas, un voluble dolor
que funde la grandeza helena con la burda
huida de los tiempos pasados –crin al aire-
sol –sombra de lo inmenso.

Traducción revisada por el Taller de Traducción Literaria
Universidad de La Laguna

lunes, 7 de septiembre de 2015

Victor Hugo / Nôtre Dame de Paris


Nôtre Dame de ParisArte Gótico. Siglo XII


 "hay seguramente en la arquitectura muy pocas páginas tan bellas como las que se describen en esta fachada, en donde al mismo tiempo pueden verse sus tres pórticos ojivales, el friso bordado y calado con los veintiocho nichos reales y el inmenso rosetón central, flanqueado por sus dos ventanales laterales, cual un sacerdote por el diácono y el subdiácono; la grácil y elevada galería de arcos trilobulados sobre la que descansa, apoyada en sus finas columnas, una pesada plataforma de donde surgen las dos torres negras y robustas con sus tejadillos de pizarra. Conjunto maravilloso y armónico formado por cinco plantas gigantescas, que ofrecen para recreo de la vista, sin amontonamiento y con calma, innumerables detalles esculpidos, cincelados y tallados conjuntados fuertemente y armonizados en la grandeza serena del monumento.
        Es, por así decirlo, una vasta sinfonía de piedra; obra colosal de un hombre y un pueblo; una y varia a la vez, como las Ilíadas y los Romanceros de los que es hermana; realización prodigiosa de la colaboración de todas las fuerzas de una época de donde se perciben en cada piedra, de cien formas distintas, la fantasía del obrero, dirigida por el genio del artista; una especie de creación humana, poderosa y profunda como la creación divina, a la que, se diría, ha robado el doble carácter de múltiple y eterno.
        Y lo que decimos de su fachada conviene a la iglesia entera; y lo que decimos aquí de la iglesia catedral de París conviene a todas las iglesias de la Edad Media, pues todo se armoniza en este arte, originado en sí mismo, lógico y equilibrado. Medir el dedo de un pie es medir al gigante entero."

Victor Hugo “Nuestra Señora de Paris”

lunes, 31 de agosto de 2015

Robert Lowell / Matrimonio Arnolfini



El matrimonio Arnolfini
 1434
Pintura flamenca
Óleo sobre tabla
National Gallery de Londres



                                MATRIMONIO
                                             II


Miro al Matrimonio Arnolfini,
y veo que el joven comerciante italiano de Van Eyck
no era sacerdote ni soldado.
En un tiempo de Fe,
no le sonroja aparecer sin armas,
el rostro alargado y blando
en su dormitorio nupcial.
Medio judío, quizás,
recién casado,
y exiliado para mayor ventaja en Brujas.
Su mujer está grávida;
él alza una mano
delgada y blanca tal su rostro,
elevada como una vela para bendecirla...
sonriendo, henchida, floreciente...

Giovanni y Giovanna-
aun en época de disfraces,
parecen irradiar finura...
vestidos mejor que reyes.
El cuadro se parece demasiado a sus vidas-
un entramado, hartas pequeñeces,
este dormitorio en el que todavía arde una vela en el cirial,
y los melocotones se sonrojan en el alféizar,
los zuecos altos que le sirven de zapatillas
están en el suelo junto a los de ella, más pequeños...
teñidos en sang de boeuf
para hacer juego con el dosel de la impaciente cama conyugal.

Son rivales en simpleza y amor;
la mano de ella como una porcelana en la de él,
su otra mano
en contacto con la cabeza del hijo en su vientre.
Aguardan y rezan,
como si los aires del cielo
que soplaban sobre ellos cuando se casaron
fueran ahora visita corriente,
no un milagro de luz
para el instante sacro del fotógrafo.

Giovanni y Giovanna
que sobrevivirá veinte años a él...


“Día a día”

Versión original

lunes, 24 de agosto de 2015

José Lezama Lima / Toros de Guisando


Toros de Guisando
 Arte celta (Vetones)
Ss. II-I a.C.
(El Tiemblo. Ávila)


Hai Kai en gerundio

El toro de Guisando
no pregunta cómo ni cuándo,
va creciendo y temblando.

¿Cómo?
Acariciando el lomo
del escarabajo de plomo,
oro en el reflejo de oro contra el domo.

¿Cuándo?
En el muro raspando,
no sé si voy estando
o estoy ya entre los aludidos
de Menandro.

¿Cómo? ¿Cuándo?
Estoy entre los toros de Guisando,
estoy también entre los que preguntan
cómo y cuándo.
Creciendo y raspando,
temblando.

José Lezama Lima


lunes, 17 de agosto de 2015

Leopoldo Alas 'Clarín' / Catedral de Oviedo

Arte Gótico. Siglo XVI


  
“La torre de la catedral, poema romántico de piedra, delicado himno, de dulces líneas de belleza muda y perenne, era obra del siglo diez y seis, aunque antes comenzada, de estilo gótico, pero, cabe decir, moderado por un instinto de prudencia y armonía que modificaba las vulgares exageraciones de esta arquitectura. La vista no se fatigaba contemplando horas y horas aquel índice de piedra que señalaba el cielo; no era una de esas torres cuya aguja se quiebra de sutil, más flacas que esbeltas, amaneradas, como señoritas cursis que aprietan demasiado el corsé; era maciza sin perder nada de su espiritual grandeza, y hasta sus segundos corredores, elegante balaustrada, subía como fuerte castillo, lanzándose desde allí en pirámide de ángulo gracioso, inimitable en sus medidas y proporciones. Como haz de músculos y nervios la piedra enroscándose en la piedra trepaba a la altura, haciendo equilibrios de acróbata en el aire; y como prodigio de juegos malabares, en una punta de caliza se mantenía, cual imantada, una bola grande de bronce dorado, y encima otra más pequeña, y sobre esta una cruz de hierro que acababa en pararrayos”

Leopoldo Alas “Clarín” “La Regenta”


lunes, 10 de agosto de 2015

Mario Vargas Llosa / Venus con el amor y la música


Venus con el amor y la música
Hacia 1548
Pintura renacentista italiana. Escuela veneciana.
Museo del Prado. Madrid.

Ella es Venus, la italiana, la hija de Júpiter, la hermana de Afrodita la griega. El tañedor del órgano le da lecciones de música. Yo me llamo Amor. Pequeñín, blando, rosáceo y alado, tengo mil años de edad y soy casto como una libélula. El ciervo, el pavo real y el venado que se divisan por la ventana están tan vivos como la pareja de amantes enlazados que pasean a la sombra de los árboles de la alameda. En cambio, el sátiro de la fuente en cuya testa surte agua cristalina de una jofaina de alabastro, no lo está: es un pedazo de mármol toscano que un hábil artista venido del sur de Francia modeló. También nosotros tres estamos vivos y despiertos como el arroyo que baja de la montaña cantando entre las piedras o como la algarabía de los loros que vendió a don Rigoberto, nuestro señor, un mercader del África. (Los cautivos animales se aburren ahora en una jaula del jardín.) Ha comenzado el crepúsculo y pronto caerá la noche. Cuando ella llegue con sus andrajos plomizos, el órgano callará y yo y el profesor de música deberemos partir para que el dueño de todo lo que aquí se ve, entre a esta habitación a tomar posesión de su señora. Venus, para entonces, gracias a nuestra voluntad y buen oficio, estará pronta para recibirlo y entretenerlo como su fortuna y rango merecen. Es decir, con fuego de volcán, sensualidad de ofidio y engreimientos de gata de Angora.

Mario Vargas Llosa "Elogio de la madrastra”

miércoles, 5 de agosto de 2015

Lord Byron / Apolo del Belvedere


Atribuido a Leócares
Copia romana de primera calidad
de una estatua griega del siglo IV a.C


  
Ahora miro al señor del infalible arco,
el dios de la vida, la poesía y la luz,
el Sol, encarnado en miembros humanos,
y todo radiante desde su triunfo en el combate.
El dardo acaba de ser lanzado, la flecha brilla
con la venganza del inmortal; en su ojo
y en su fosa nasal, hermoso desdén,  poder
y majestad destellan sus plenos rayos
desarrollando en esa mirada la Deidad.

“La peregrinación de Childe Harold"

Versión original:
CLXI
Or view the Lord of the unerring bow,
The God of life, and poesy, and light—
The Sun in human limbs arrayed, and brow
All radiant from his triumph in the fight;
The shaft hath just been shot—the arrow bright
With an immortal's vengeance; in his eye
And nostril beautiful disdain, and might
And majesty, flash their full lightnings by,
Developing in that one glance the Deity.

lunes, 27 de julio de 2015

Gerardo Diego / La Giralda


Arte islámico español. Periodo almohade
Siglo XII
   

                                                                           Giralda

Giralda en prisma puro de Sevilla,
nivelada del plomo y de la estrella,
molde en engaste azul, torre sin mella,
palma de arquitectura sin semilla.
Si su espejo la brisa enfrente brilla,
no te contemples -ay, Narcisa- en ella,
que no se mude esa tu piel doncella,
toda naranja al sol que se te humilla.
Al contraluz de luna limonera,
tu arista es el bisel, hoja barbera
que su más bella vertical depura.
Resbala el tacto su caricia vana.
Yo mudéjar te quiero y no cristiana.
Volumen nada más: base y altura.
Gerardo Diego
“Alondra de verdad”