Venus con el amor y la música
Hacia 1548
Pintura renacentista italiana.
Escuela veneciana.
Museo del Prado. Madrid.
Ella es Venus, la italiana, la hija de
Júpiter, la hermana de Afrodita la griega. El tañedor del órgano le da lecciones de música. Yo me llamo Amor.
Pequeñín, blando, rosáceo y alado, tengo mil años de edad y soy casto como una
libélula. El ciervo, el pavo real y el venado que se divisan por la ventana
están tan vivos como la pareja de amantes enlazados que pasean a la sombra de
los árboles de la alameda. En cambio, el sátiro de la fuente en cuya testa
surte agua cristalina de una jofaina de alabastro, no lo está: es un pedazo de
mármol toscano que un hábil artista venido del sur de Francia modeló. También nosotros
tres estamos vivos y despiertos como el arroyo que baja de la montaña cantando
entre las piedras o como la algarabía de los loros que vendió a don Rigoberto,
nuestro señor, un mercader del África. (Los cautivos animales se aburren ahora
en una jaula del jardín.) Ha comenzado el crepúsculo y pronto caerá la noche.
Cuando ella llegue con sus andrajos plomizos, el órgano callará y yo y el
profesor de música deberemos partir para que el dueño de todo lo que aquí se
ve, entre a esta habitación a tomar posesión de su señora. Venus, para
entonces, gracias a nuestra voluntad y buen oficio, estará pronta para
recibirlo y entretenerlo como su fortuna y rango merecen. Es decir, con fuego
de volcán, sensualidad de ofidio y engreimientos de gata de Angora.
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