domingo, 28 de febrero de 2016

Ramón Xirau / A mon seul dèsir



Museo de Cluny (Paris)
Tapiz del s. XV


La Dama de Unicornio

Los trovadores ya murieron. Esta Dama 
esbelta libra gozos a la muchacha atenta.
No han muerto pájaros ni flores ni castillos
todos imagen.
El tejido del palacio -tela de lagos y de luces- 
se enhebra; no es palacio, es corona
indicadora punta de oro, inmóvil hacia el cielo.
¿Es el unicornio? Es su imagen, seguramente (...)
Aquí, en este país, tú, el unicornio
miras los gozos y recuerdos virginales?
La Dama esbelta mira, clara,
mira y no los ve.
¿Quién es? ¿Lo sabremos algún día? Leemos
aún góticas las tres palabras de oro
"Mon seul désir". ¿Eres el mundo del deseo?
No vuelan los pájaros clavados, y ya han muerto,
Petrarca, los trovadores, los Minnesánger.
La Dama es alta y delicada y rica
de flor y de oro y de todos colores
unidos, reunidos: la blancura.
Nada se mueve cuando el tiempo hechizado
se vuelve espacio.
¿Paraíso? ¿No sientes turbación
en esta paz de un silogismo gualda?
No, Dama, eso no es Paraíso, es Primavera.
No vive junto a ti un Adán inútil.
Los trovadores ya murieron, helados espacios bellísimos.
En el fondo de tus ojos maravillantes
un castillo invisible y los trovadores ya cantan
de milagroso modo en las albas visibles.

Ramón Xirau “Dicho y descrito”

Trad. de Andrés Sánchez Robayna

domingo, 21 de febrero de 2016

Manuel Mujica Láinez / El elefante


Arte manierista italiano
Siglo XVI

    
  
Por lo pronto resolví que la roca ubicada detrás del Ninfeo, a un lado del ancho plano superior, estaría dedicada a evocar a Abul y el elefante Annone. Puse enseguida manos a la tarea, y Zannobi realizó el dibujo correspondiente que mostraba al esclavo sobre la testa del paquidermo cuyo lomo sustentaba un castillo. Dirigidos por el muchacho los artesanos comenzaron su quehacer, y la piedra atónita, atacada y trizada por primera vez, voló en esquirlas. No cedió fácilmente. El trabajo era menos simple de lo que al principio pareciera, y los improvisados escultores lo con un calor en el que se traslucía el arrebato de obedecer a una vocación desconocida pero cierta, que emanaba de umbrosas urgencias ancestrales, y de cumplir algo que los rescataba de su condición de rústicos, iluminando su brío y su sudor con la llama –tan amada por los hombres del Renacimiento- propia del artista. La primavera se insinuaba ya en el valle, en las colinas, con brotes y perfumes, con una dulce languidez. Cuando empezaban a entreverse las líneas groseras del diseño, en la efigie monumental, se me ocurrió que la pétrea masa que subsistía delante de la cabezota de la bestia podría metamorfosearse en un guerreo vencido, liado poderosamente por la trompa. Ese guerrero sería Beppo, muerto por Abul. Enorme, el elefante se perfiló en las anfractuosidades del parque de Bomarzo. Fue mi obra inicial. Satisfecha mi obligación hacia Julia Farnese, en el minúsculo edificio que recordaba con la elegancia severa de su columnata la serenidad ceremoniosa de mi mujer, mi pensamiento se volcó en Abul. Tenía que ser así. La imagen extraña de Abul regía una época de mi vida.

“Bomarzo”

domingo, 14 de febrero de 2016

Mario Benedetti / Teatro de Epidauros



Arquitectura griega

S. IV a.C.


EXILIOS (La acústica de Epidauros)

Si se da un golpe en Epidauros
Se escucha más arriba, entre los árboles.
En el aire

Roberto Fernández Retamar



Estuvimos en epidauros veinticinco años después que roberto
y también escuchamos desde las más altas graderías
el rasgueo del fósforo que allá abajo
encendía la guía la misma gordita
que entre templo y templete
entre adarme socrático y pizca de termópilas
había contado como niarchos se las arreglaba
para abonar apenas nueve mil dracmas
digamos unos trescientos dólares de impuesto por año
y con su joven énfasis nos había anunciado
entre el asombro de cinco porteños
expertos en citas de tato bores
la victoria próxima y segurísima del socialista papandreu
estuvimos  pues en epidauros respirando el aire transparente y seco
y contemplando los profusos inmemoriales verdes
de los árboles que dieron y dan su espalda al teatro
y su rostro a la pálida hondonada
verdes y aire probablemente no demasiado ajenos
a los que contemplara y respirara polycleto el joven
cuando hacía sus cálculos de eternidad y enigma
y también yo bajé al centro mágico de la orquesta
para que luz me tomara la foto de rigor
en paraje de tan bienquista y sólida memoria
y desde allí quise probar la extraordinaria acústica
y pensé hola líber hola héctor hola raúl hola jaime
bien despacio como quien rasguea un fósforo o arruga un boleto
y así pude confirmar que la acústica era óptima
ya que mis sigilosas salvas no sólo se escucharon en las graderías
sino más arriba en el aire con un sólo pájaro
y atravesaron el peloponeso y el jónico y el tirreno
y el mediterráneo y el atlántico y la nostalgia
y por fin se colaron por entre los barrotes
como una brisa transparente y seca

“Primavera con una esquina rota”

domingo, 7 de febrero de 2016

Joris-Karl Huysmans / La aparición



La Aparición
Pintura simbolista francesa
1874-76
Museo del Louvre (Paris)

        
El crimen ya se había cometido; el verdugo permanecía impasible empuñando su larga espada manchada de sangre.


La cabeza decapitada del santo se había elevado sobre la bandeja colocada encima de las baldosas, y presentaba una mirada lívida, una boca pálida y abierta, un cuello carmesí, goteando lágrimas. Un mosaico hacia resaltar la cara de la que se desprendía una aureola que irradiaba hilos de luz bajo los pórticos, iluminando la horrible elevación de la cabeza, encendiendo el globo vidrioso de las pupilas, que estaban fijas, y como crispadas sobre la bailarina.

Con un gesto de horror, Salomé quiere rechazar la aterradora visión que la mantiene clavada e inmóvil sobre las puntas de los pies. Sus ojos están dilatados y con una mano aprieta convulsivamente su garganta.

Está casi desnuda; con la fogosa convulsión de la danza los velos se han ido descolocando y los brocados se han caído. Sólo se encuentra vestida con los encajes labrados y las piedras brillantes; un collar le ciñe el busto como un corpiño, y, en el surco de sus dos pechos, una alhaja maravillosa lanza destellos como un broche magnífico; más abajo, un cinturón rodea sus caderas, oculta la parte superior de los muslos a los que sacude un gigantesco colgante por el que corre un río de carbúnculos y de esmeraldas. Por último, sobre el cuerpo desnudo, entre el collar y el cinturón, el vientre se abomba presentando un ombligo cuyo agujero parece un sello grabado en ónice, de tonos lechosos, y de un color rosa de uñas.

Bajo los destellos ardientes que desprende la cabeza del precursor, todas las facetas de las alhajas de entrecruzan; las piedras se animan, dibujan el cuerpo de la mujer con rasgos incandescentes, y proyectan sobre el cuello, las piernas y los brazos, puntos de fuego, rojos como el carbón ardiente, violeta como un chorro de gas encendido, azules como llamas de alcohol, blancos como los rayos de un astro.

La horrible cabeza resplandece, sangrando siempre, dejando aparecer coágulos de sangre de púrpura oscura en las puntas de la barba y los cabellos. Visible únicamente para Salomé, no alcanza con su tétrica mirada a Herodías que sueña satisfecha en su odio por fin cumplido, ni al Tetrarca, quien, ligeramente inclinado hacia adelante, con las manos sobre las rodillas, jadea todavía, enloquecido por esta desnudez de la mujer impregnada de olores salvajes, envuelta en aromas de bálsamos y perfumada con incienso y mirra.

Joris-Karl Huysmans “A contrapelo”