viernes, 25 de diciembre de 2015

Richmal Crompton / Nocturno: Azul y plata




Nocturno: Azul y plata - Chelsea
1871
 Tate Gallery, London

        

La señora Monks, esposa del Vicario, se había acercado al puesto. No había olvidado el incidente de su abrigo, y estuvo vigilando a Guillermo a distancia desde que comenzó la venta.
         -¡Qué señora más rara! –dijo-. Es todo un carácter, ¿verdad? ¿has visto el precioso Whistler que ha traído para la señora Lane?
A Guillermo le daba vueltas el cerebro.               
         -¿El... qué? -preguntó con desmayo.                
         -El Whistler -dijo la señora Monks-. ¿No sabes quién era Whistler, querido? Fue un pintor y aguafortista que vivió a finales del siglo pasado. El cuadro que ha traído la tía de la señora Lane es un pequeño nocturno exquisito.
         El cerebro de Guillermo giraba todavía más de prisa al contemplar con el mayor asombro cómo la tía abuela Sara se llevaba un extremo de la trompetilla a su oído y entablaba conversación con sus vecinos. ¡Caramba! ¡No era de extrañar que no silbara!               
         Tía Sara sentíase plenamente satisfecha de sí misma. Había recuperado su trompetilla y calentado las orejas de Huberto. Cosa que había estado deseando hacer desde su llegada... Sus ojos se posaron en Guillermo. Allí había otro niño... un niño simpático y sincero, no de esos que roban las trompetillas de los sordos y los regalos a los puestos de Saldos para gastar una broma. Guillermo, recién salido de manos de su madre, aparecía pulcro y pulido, y esto le daba un falso aspecto de melancólica virtud. Después de haberse desahogado tirando de las orejas de Huberto, tía Sara sentíase generosa y derrochadora. Abrió su bolso y sacó seis peniques.
         -Aquí tienes un pequeño regalo de Año Nuevo, hijo mío -le dijo.                      
          Guillermo se animó. Al fin y al cabo le habían dado "algo" por la trompetilla... Decidió abandonar su carrera de ladrón hasta saber un poco más de los Whistlers y cosas. Considerándolo desapasionadamente, su mal propósito no había resultado mucho mejor que los buenos. Pero tenía los seis peniques... Aunque seis peniques eran menos que cien libras, siempre eran mejor que nada.
         Y mientras caminaba deprisa por la carretera para ir a reunirse con los Proscritos, decidió pasarse todo el año sin ningún propósito.

Richmal Crompton
“El mal propósito de Guillermo”

viernes, 18 de diciembre de 2015

Margaret Atwood / Estatua de Sekhmet




Estatua de Sekhmet
Arte egipcio 
Metropolitan Museum of Art (Nueva York)
XVIII dinastía (Ss. XV-XIV a.C. 

Sekhmet, cabeza de león, diosa de la guerra, las tormentas violentas, la peste y la curación de la enfermedad, contempla el desierto en el Metropolitan Museum of Art

Fue uno de esos hombres
incapaces de matar a una mosca... 
Muchas moscas viven ahora 
y él no. 
No fue patrón mío, prefería 
los graneros repletos; yo, la batalla.
Presagiaban matanza mis rugidos. 
Y sin embargo ahora estamos juntos, 
en el mismo museo. 
Tampoco veo los grupos caprichosos 
de niños admirados 
que aprenden la lección del olvido
multicultural, sic transit 
y etcétera.

Veo el templo donde nací
o me levantaron, donde fui poderosa,
y más allá el desierto, con sus tumbas
calientes en forma de cono, a decir verdad
y a la distancia, muy semejantes
a orejas de burro,
donde se ocultan mis bromas: piel y huesos
resecos, las barcas de madera
donde los muertos navegan
sin rumbo por toda la eternidad.

¿Qué esperabais oír de dioses
con cabeza de animal?
Y sin embargo, si bien se piensa,
los que inventaron luego, completamente humanos,
tampoco se lucieron.
"Ayúdame, hazme rico
destruye a mi enemigo"
parece ser la pauta en general.
Y también : "Sálvame de la muerte",
a cambio de vuestras ofrendas de sangre
y pan, oraciones y flores,
mucha palabrería.

Tal vez se me escape algo, pero si buscáis
amor altruista, os habéis equivocado de diosa...

Me quedo donde estoy,
hecha de piedra e ilusiones,
que la deidad que mata por placer,
también sane;
que en la última pesadilla aparezca
una leona buena con vendas en la boca
y cuerpo suave de mujer,
y que os limpie la fiebre a lametazos,
que os levante el alma con dulzura, por el cuello,
y os abrace hasta la oscuridad, el paraíso.


Versión original

jueves, 10 de diciembre de 2015

Pío Baroja / Cúpula de San Pedro



Miguel Ángel
Arquitectura renacentista italiana
Cinquecento


Era un azul de un brillo de nácar; en el cenit brillaba imperceptiblemente alguna estrella; en el poniente nadaban nubes doradas y rojas.
- Mira San Pedro; parece un trozo de nube.
- Si, es verdad; tiene un color azul como si fuera transparente.
Sonaban algunas campanadas y seguían pasando las grandes nubes blancas y majestuosas por el horizonte; en el Janículo, la estatua de Garibaldi se levantaba gallardamente en el aire, como un pájaro dispuesto a levantar el vuelo.
- Cuando contemplo así Roma –murmuró Laura-, siento una pena, una tristeza.
- ¿Por qué?
- Porque pienso que he de morir, y que ya no volveré a ver Roma. Ella estará así todavía siglos y siglos, iluminada por el sol, y yo habré muerto ya...¿Qué horror! ¡Qué horror!


“César o nada”

jueves, 3 de diciembre de 2015

Marcel Proust / Vista de Delft


Vista de Delft
1660-1661
Pintura barroca. Escuela holandesa.
Mauritshuis (La Haya)


Bergotte murió en las siguientes circunstancias: por una crisis de uremia bastante ligera le habían prescrito reposo. Pero un crítico escribió que en la Vista de Delft de Vermeer (prestada por el museo de La Haya para una exposición holandesa), cuadro que Bergotte adoraba y creía conocer muy bien, había un lienzo de pared amarilla (que Bergotte no recordaba) tan bien pintado que, mirándole sólo, era como una preciosa obra de arte china, de una belleza que se bastaba a sí misma. Bergotte leyó esto, comió unas patatas y se fue a la exposición. En los primeros escalones que tuvo que subir le dio un vértigo. Pasó ante varios cuadros y sintió la impresión de la sequedad y de la inutilidad de un arte tan falso que no valía el aire y el sol de un palazzo de Venecia o de una simple casa a la orilla del mar. Por fin llegó al Vermeer, que él recordaba más esplendoroso, más diferente de todo lo que conocía, pero en el que ahora, gracias al artículo del crítico, observó por primera vez los pequeños personajes en azul, la arena rosa y, por último, la preciosa materia del pequeño fragmento de pared amarilla. Se le acentuó el mareo; fijaba la mirada en el precioso panelito de pared como un niño en una mariposa amarilla que quiere coger. «Así debiera haber escrito yo -se decía-. Mis últimos libros son demasiado secos, tendría que haberles dado varias capas de color, que mi frase fuera preciosa por ella misma, como ese pequeño panel amarillo.» Mientras tanto, se daba cuenta de la gravedad de su mareo. Se le aparecía su propia vida en uno de los platillos de una balanza celestial; en el otro, el fragmento de pared de un amarillo tan bien pintado. Sentía que, imprudentemente, había dado la primera por el segundo. «Pero no quisiera -se dijo- ser el suceso del día en los periódicos de la tarde.» Se repetía: «Detalle de pared amarilla con marquesina, detalle de pared amarilla». Y se derrumbó en un canapé circular…
En busca del tiempo perdido. La prisionera