Puesta de sol en un puerto
1639
Pintura barroca francesa
Museo del Louvre, Paris
“Viernes, 10 de abril. «Mientras llega la sopa, voy a darle algo que le regale la vista». Con esas amables palabras, Goethe puso ante mí un tomo con paisajes de Claudio de Lorena. Eran los primeros cuadros de este gran maestro que yo veía. Me produjeron una impresión extraordinaria, y mi asombro y mi delicia aumentaban a medida que, una tras otra, iba volviendo las hojas. Sentía con máximas artísticas constantemente repetidas del gran maestro, la intensidad de las masas de sombra acá y allá repartidas, el potente resplandor del Sol en el fondo y su reflejo en el agua, que hacían que la impresión producida fuese de gran claridad y decisión. Admiraba también el arte con que cada cuadro formaba por sí un pequeño mundo, pues nada existía que no estuviese en consonancia con el ambiente dominante y no contribuyese a acentuarlo. Ya fuese un puerto en que descansaban unos barcos y en que se veían activos pescadores y magníficos edificios próximos al agua ; ya una comarca sombría, de colinas, con cabras que pastaban ; un arroyo y un puentecito, un poco de boscaje Y algunos árboles umbrosos bajo los cuales toca un pastor su flauta ; bien una comarca pantanoso con aguas quietas, que en el calor del verano daban la impresión de un agradable fresco ; el cuadro era siempre absolutamente uno; nada había en él de extraño, siempre cosa impropia de aquel ambiente.
«Ahí tiene usted un hombre perfecto - dijo Goethe - que ha pensado y sentido bellamente, y en cuya alma moraba un mundo que no es fácil encontrar afuera. Sus cuadros poseen la mayor verdad, pero ni sombra de realidad. Claudio de Lorena conocía de memoria el mundo real, hasta en sus menores detalles, y lo empleaba como medio de expresar el mundo que alberga en su alma hermosa. Ésta es la verdadera idealidad, la que sabe servirse de tal modo de medios reales, que la verdad que resulta produce la ilusión de ser real.»
“Conversaciones con Goethe”