domingo, 3 de julio de 2016

Álvaro Cunqueiro / Pórtico de la Gloria


Maestro Mateo
Pórtico de la Gloria
Catedral de Santiago de Compostela
Siglo XII


Constructor de puentes, Mateo construyó como un puente el Pórtico, bajo el que camina, tal un lento y oscuro río, la humana peregrinación. Había, quizás, aprendido por sí mismo aquello que, «secondo la mente et opinione dei platonici», Ficino y Pico de la Mirandola y algunos curiosos florentinos aprendieran dos siglos más tarde: a poner las aguas como imagen de la vida fugitiva, y «similia similibus curantur», a curar la melancolía contemplando marchar un río hacia la mar, que es el morir. En la Ponte Miña, de Portomarín –yo la he visto rota y desmoronada, tal como los siglos en el verso de Holderlin y las oscuras aguas apresurándose–, y en la gran puente sobre el Esla y en aquella bajo la que el Ulla conoce el mar, aprendió Mateo también a comparar las sonrisas en los humanos rostros con los movimientos del agua en los remansos. Para Leonardo llegarán a ser una y la misma cosa. Todas las figuras de Mateo en el Pórtico son desconocidos, misteriosa gente que él ha visto cruzar por las puentes que construyó, y con un carbón debió dibujarlas una y mil veces, curioso de tan pasajera y significativa belleza, de un remoto misterio, de una cabellera o una mirada... Debió conversar con muchos de ellos, y por eso el Pórtico está lleno de diálogos, y un oído atento podrá más de una vez recoger noticias de sucesos, confesiones, y sorprender oscuras nostalgias. Quizás, excepto lo que luego diré, lo más vivo, penetrante, exquisito y significativo del Pórtico de la Gloria, sea el susurro de las conversaciones que brotan de las figuras de piedra como el chorro de agua de una labrada fuente.

“Mestre Mateo”
Artículo publicado en “La Voz de Galicia”

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