Maestro Mateo
Pórtico de la Gloria
Catedral de Santiago de Compostela
Catedral de Santiago de Compostela
Siglo XII
Constructor de puentes, Mateo construyó como un puente el
Pórtico, bajo el que camina, tal un lento y oscuro río, la humana
peregrinación. Había, quizás, aprendido por sí mismo aquello que, «secondo la
mente et opinione dei platonici», Ficino y Pico de la Mirandola y algunos
curiosos florentinos aprendieran dos siglos más tarde: a poner las aguas como
imagen de la vida fugitiva, y «similia similibus curantur», a curar la
melancolía contemplando marchar un río hacia la mar, que es el morir. En la Ponte
Miña, de Portomarín –yo la he visto rota y desmoronada, tal como los siglos en
el verso de Holderlin y las oscuras aguas apresurándose–, y en la gran puente
sobre el Esla y en aquella bajo la que el Ulla conoce el mar, aprendió Mateo
también a comparar las sonrisas en los humanos rostros con los movimientos del
agua en los remansos. Para Leonardo llegarán a ser una y la misma cosa. Todas
las figuras de Mateo en el Pórtico son desconocidos, misteriosa gente que él ha
visto cruzar por las puentes que construyó, y con un carbón debió dibujarlas
una y mil veces, curioso de tan pasajera y significativa belleza, de un remoto
misterio, de una cabellera o una mirada... Debió conversar con muchos de ellos,
y por eso el Pórtico está lleno de diálogos, y un oído atento podrá más de una
vez recoger noticias de sucesos, confesiones, y sorprender oscuras nostalgias.
Quizás, excepto lo que luego diré, lo más vivo, penetrante, exquisito y
significativo del Pórtico de la Gloria, sea el susurro de las conversaciones
que brotan de las figuras de piedra como el chorro de agua de una labrada
fuente.
“Mestre Mateo”
Artículo publicado en “La Voz de Galicia”
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