Arquitectura bizantina
Siglo VI
En Constantinopla vimos por primera vez la
iglesia de Santa Sofía terminada. El arquitecto era Antemio de Tralles.
Justiniano le había dicho:
-No
repares en gastos para hacer de éste el edificio más bello y duradero del
mundo, para gloria del nombre de Dios y del mío. Antemio estuvo a la altura de
su misión. Es su nombre el que merece la gloria principal, pues Justiniano no
hizo más que aprobar sus planos. Si hay que honrar algún otro nombre, sean los
de Isidoro de Mileto, el asistente de
Antemio, y el de Belisario, cuya victoria sobre los vándalos suministró los
tesoros que costearon la construcción de la catedral y los esclavos necesarios.
La catedral se destaca entre todos los edificios vecinos, aunque son
imponentes. Por comparar lo grandioso con lo inferior, es como un enorme buque
mercante atracado entre barcazas en el Cuerno. Sus proporciones están tan
exquisitamente calculadas, sin embargo, que no hay nada brutal ni abrumador en
su tamaño. Tiene, por el contrario, una
nobleza grácil, pero seria, que sólo puedo expresar diciendo. “Si Belisario
hubiera sido tan buen arquitecto como soldado, ésta es la iglesia que habría
construido”. Santa Sofía tiene más de doscientos pies de ancho, trescientos
de largo y ciento cincuenta de alto. La
corona una cúpula enorme; y cuando uno alza los ojos hacia el cielo raso, que
tiene incrustaciones de oro puro por doquier, da la impresión de que toda la
estructura se derrumbará en cualquier momento, pues no hay vigas ni pilares
centrales para sustentarla, sino que cada parte converge hacia adentro y hacia
arriba hasta el punto central de la cúpula. Los ciudadanos dicen a los
visitantes del campo: “Un demonio, por orden del Emperador, suspendió la cúpula del ciclo
mediante una cadena de oro hasta que erigieron las otras partes para
ensamblarlas con ella”. Muchos
visitantes toman esta broma en serio.
Hay dos pórticos, cada cual con un techo
cupular incrustado de oro, uno para los feligreses de cada sexo. ¿Quién podría
describir dignamente la belleza de las columnas talladas y los mosaicos que
adornan el edificio? El lugar se asemeja ante todo a un prado primaveral bajo
un sol ancho y áureo, con los grandes pilares de piedra del crucero elevándose
del suelo como árboles; muchos colores diferentes de mármol se han utilizado en
las paredes y en el suelo: rojo y verde y púrpura moteado y trigueño y amarillo
cremoso y blanco puro, con la pátina azul del lapislázuli aquí y allá.
Tallados, cincelados y molduras exquisitas hacen una delicia de cada detalle, y
las múltiples ventanas de las paredes y
la cúpula inundan el crucero de luz.
Para apreciar este edificio y adorar en él la Sabiduría a la cual está
consagrado, no es preciso ser cristiano ortodoxo; y está abierto a todas horas, incluso a los fieles más pobres,
en tanto no hayan ofendido las leyes y se comporten decorosamente. Un mendigo
puede entrar e imaginarse Emperador, de pie en medio de tan pródigo esplendor;
sólo algunas partes del edificio le están vedadas, como el santuario, que está laminado con cuarenta mil
libras de plata reluciente, y ciertas capillas privadas. En cuanto a las
reliquias de santos y mártires, las hay
en profusión, y algunas de las puertas interiores están hechas de una madera que (dicen) formó
parte del arca de Noé.
Robert Graves “El Conde Belisario”