domingo, 25 de febrero de 2018

Ángeles Yagüe / Los novios sobre el cielo de París




Los novios sobre el cielo de París
1970


COBIJO

El cobijo de las casas calientes
del poso de café en el vaso,
con la cucharilla dentro,
de la caja de lápices multicolores,
de tenerte a mis espaldas
y charlar a ratos contigo
o leerte el último poema.
De esa pareja blanca y azul que vuela
en el cuadro de Chagall
o los libros que se amontonan
a mi derecha,
prestos a abrirme sus tesoros,
en las tardes invernales
cuando fuera hace tiempo que es de noche
y la lluvia no se cansa de sonar.

domingo, 18 de febrero de 2018

Tomás Morales / Epitalamio





Epitalamio o las bodas del principe Néstor, 1909
Pintura modernista
Museo Néstor. Las Palmas de Gran Canaria.

Hay un bello palacio; Su hechura
el azul de los cielos explora
-maravilla de la Arquitectura-
el frontón de perfecta finura,
profusión estatuaria decora.

El alcázar rodea eminente
columnata de ónix bruñido
cual la adarga de Palas luciente;
y en el pórtico tú, negligente,
como en tu «Epitalamio» vestido.

A lo lejos, el mar en sosiego
de infinito y azul embriagado;
semejando el rumor de su juego
el respiro de un cíclope ciego
por la mano de Zeus castigado.

iNoble mar de las gracias helenas
celebrado de heroicas acciones!
iViejo mar, cuyas ondas serenas
sonrosaron de amor las. Sirenas
y aclamaron los roncos tritones!

Tomás Morales
Las rosas de Hércules. A Néstor.
(fragmento)

domingo, 11 de febrero de 2018

Ángeles Castellanos / La Gioconda




Leonardo da Vinci
Pintura renacentista italiana.
Entre 1503 y 1519
Museo del Louvre. París.

Mirando a la Gioconda

(En el Museo del Louvre, naturalmente)

¿Te ríes de mi? Haces bien.
Si yo fuera Sor Juana
o la Malinche o, para no salirse del folklore,
alguna encarnación de la Güera Rodríguez
(como ves, los extremos, igual que Gide, me tocan)
me verías, quizá, como se ve
al espécimen representativo
de algún sector social de un país del Tercer Mundo.

Pero soy solamente una imbécil turista de a cuartilla,
de las que acuden a la agencia de viajes para que
les inventen un tour. Y monolingüe
¡para colmo! que viene a contemplarte.

Y tú sonríes, misteriosamente
como es tu obligación. Pero yo te interpreto.

Esa sonrisa es burla. Burla de mí y de todos
los que creemos que creemos que
la cultura es un líquido que se bebe en su fuente
un síntoma especial que se contrae 
en ciertos sitios contagiosos, algo
que se adquiere por ósmosis.

Poesía no eres tú.

domingo, 4 de febrero de 2018

Luis Racionero / Virgen de las Rocas



Leonardo da Vinci
La Virgen de las Rocas
Pintura renacentista italiana
1483-1486
Museo del Louvre. Paris


Me dirás qué tiene que ver esa Virgen sentada entre las rocas con la Inmaculada Concepción. No mucho, supongo, pero la visión es mía y para mí la Inmaculada Concepción es el misterio de la Madre y la Naturaleza. No es lo mismo mirar que ver. El sabio capta las armonías subyacentes entre las cosas y sabe usarlas para sus fines. Desde cuando tenía veintiún años encontré fácil imitar a la naturaleza; me percataba que, tras los objetos exteriores que tan fácilmente podía copiar, yacían escondidos secretos a cuyo conocimiento valía la pena dedicar mis esfuerzos. Pues bien, en esa Virgen entre las rocas yo quise expresar el secreto del Alma del Mundo y de la Madre, inmaculada o no. Para mí, el símbolo que representa la naturaleza es la Madre, no la madre de Dios, sino la del mundo. A través de la madre yo no veo, como los cristianos, al hijo, sino a la naturaleza toda. No he querido pintar Madonas con nimbos, resecas y planas como un icono bizantino, cosa de la que no se libró Giotto y muy poco Angélico, yo he seguido la innovación de Masaccio, el más grande pintor de Florencia, que puso rostros humanos, vivos, a sus santos y Madonas. Tampoco he querido pintar alas doradas o de pavo real a los ángeles, a los que identifico por su naturaleza andrógina, porque el sexo de los ángeles es doble: masculino y femenino a la vez. La Virgen es una dama y el ángel un efebo. No hace falta más, ni auras ni alas, su esencia debe aflorar de su rostro

La sonrisa de la Gioconda