Después del espectáculo brillante, del entusiasmo
de la apretada multitud,
poseído de una creciente repugnancia,
He subido las laderas de Delfos,
en donde el sol enloquecía los moribundos gritos de las aves,
y he asistido desde el mísero templo, desde el lugar famoso
de las antiguas vanidades (nidal de la rapiña,
trofeo de la guerra, solar arruinado de las artes,
cáscara de la vida),
a ese momento que justifica al hombre,
pues otra vez yo ví como su rostro se mudaba,
y la emoción de aquel hundido valle de olivos silenciosos
reposando en el mar
apagaba la luz del fatigado cuerpo adolescente,
y lo dejaba como una piedra desvaída, de oro;
y pude así pensar,
con el terror que da el conocimiento más profundo,
en el azar de los encuentros de los hombres,
no sólo en el espacio,
también en la oquedad ilímite del tiempo.
(…)
Relato superviviente (Fragmento)
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