domingo, 25 de junio de 2017

Pablo Neruda / Moais de la isla de Pascua



Moais de Rapa Nui 
Escultura polinesia
Ss. VI-XVI
(Isla de Pascua, Chile)

RAPA NUI

TEPITO-TE-HENÚA, ombligo del mar grande,
taller del mar, extinguida diadema.
De tu lava escorial subió la frente
del hombre más arriba del Océano,
los ojos agrietados de la piedra
midieron el ciclónico universo,
y fue central la mano que elevaba
la pura magnitud de tus estatuas

Tu roca religiosa fue cortada
hacia todas las líneas del Océano
y los rostros del hombre aparecieron
surgiendo de la entraña de las islas,
naciendo de los cráteres vacíos
con los pies enredados al silencio.

Fueron los centinelas y cerraron
el ciclo de las aguas que llegaban
desde todos los húmedos dominios,
y el mar frente a las máscaras detuvo
sus tempestuosos árboles azules.
Nadie sino los rostros habitaron
el círculo del reino. Era callado
como la entrada de un planeta, el hilo
que envolvía la boca de la isla.

Así, en la luz del ábside marino
la fábula de piedra condecora
la inmensidad con sus medallas muertas,
y los pequeños reyes que levantan
toda esta solitaria monarquía
para la eternidad de las espumas,
vuelven al mar en la noche invisible,
vuelven a sus sarcófagos de sal.

Sólo el pez luna que murió en la arena.

Sólo el tiempo que muerde los moais.

Sólo la eternidad en las arenas
conocen las palabras:
la luz sellada, el laberinto muerto,
las llaves de la copa sumergida.

domingo, 18 de junio de 2017

Pedro Salinas / Monasterio de El Escorial



Madrid
Fachada occidental.
Arquitectura herreriana.
Siglo XVI


ESCORIAL II

En vez de soñar, contar.

La fachada del oeste
tiene
seiscientas doce ventanas.

Por la primavera van
en su cielo, hacia el domingo
una, dos, tres, cuatro, cinco
nubes blancas.

Yo te quiero a ti, y a ti
y a ti.
A tres os quiero yo.
A las doce el tiempo da
doce campanadas.

Y ya no podrá escapárseme
en las volandas del sueño
la mañana. Haré la raya
para ir sumando: seiscientas
doce, más cinco, más tres,
más doce.
¡Qué felicidad igual
a seiscientas treinta y dos!
En abril, al mediodía
cuenta clara.

domingo, 11 de junio de 2017

Lourdes Ortiz / El baño turco


El baño turco
1862
Pintura orientalista
Museo del Louvre de Paris.


Un ojo de buey, la mirada clandestina y secreta: penetrar sin ser visto en su intimidad, ellas tan abandonadas, tan desmedidas y sensuales, entregadas a su juego. Una atmósfera cargada y sin embargo bañada por la luz que dibuja una vez más los cuerpos y los inmoviliza con una precisión matemática de autómatas. Cuerpos que se hacen forma, que se amoldan geométricos en un puzzle de figuras que se integran y se acoplan, violentados, anónimos, casi minerales. Un hálito de modernidad en la mirada lujuriosa y mimosa del anciano que se desvela y se corrige imsomne una y otra vez, un paso más. Ellas tan a lo suyo, emancipadas e indolentes en su desnudez. Un mundo, imaginado en la vigilia de caricias femeninas, de roces, de manos que se pierden y caderas que se alargan, modiglianescas antes de tiempo. O la frialdad del mineral, del totem. Baño turco. El infinito concentrado en un círculo, Útero y ventana vedada. Atisbar, cazarlas en ese instante descuidado del baño, momento de complicidad y risas, de piel despreocupada, de desmadejamiento, de pérdida de la compostura, tan ajenas al hombre y a sus ojos acuosos. Pechos redondos, vientres curvos y densos, oferentes. Volúmenes que se funden y se hacen sólidos. Abstraídas, ensimismadas, inocentes y traviesas, lúbricas en su dejadez. El anciano siente un escalofrío. Retoca, perfila. Hace calor, un calor de sauna, de cuerpos amontonados. La risa del sultán, la glotonería del eunuco condenado a la mirada, sólo a la mirada y a la caricia. El anciano pasa la lengua por sus labios y le llega el sondo de un rabel, tal vez una cítara. Y vuelve a soñar. Se sumerge en la humedad, atisba por el ojo de la cerradura y oye el murmullo de los cuerpos que se aletargan, el sonido del agua.

El viejo Ingres sueña y mira por el ojo de la cerradura.

domingo, 4 de junio de 2017

Leconte de Lisle / Venus de Milo


Afrodita de Melos (Venus de Milo)
Escultura helenística.
130 - 100 a.C.
Museo del Louvre (París)


Mármol sagrado, revestido de fuerza y de genio,
diosa irresistible de porte victorioso,
pura como un rayo y como una armonía,
¡oh Venus, oh la belleza, madre blanca de los Dioses!

No eres Afrodita, acunada por el oleaje,
posando sobre tu concha azul un níveo pie,
mientras en torno a ti, visión rosada y rubia,
vuelan las risas de oro junto al enjambre de los juegos.

No eres Citerea, en su pose relajada,
perfumando con tus besos al dichoso Adonis
y sin más testigos sobre las ramas combadas
que palomas de alabastro y pichones enamorados.

Tampoco la Musa de elocuentes labios,
ni la casta Venus, ni la muelle Astarté,
la cual, con la frente coronada de rosas y hojas de acanto,
sobre un lecho de lotos se está muriendo de placer.

¡No! las risas, los juegos, las Gracias entrelazadas,
sofocadas de amor, no te acompañan.
Tu cortejo está formado por estrellas acompasadas,
y los astros se han enlazado en cadena tras tus pasos.

¡Oh, adorable símbolo de una felicidad impasible,
tranquila como el mar en su serenidad,
ningún sollozo ha quebrado tu seno imperturbable,
nunca humanos llantos han empañado tu belleza!

¡Salud! El corazón se arroja hacia tu imagen.
Una ola de mármol sumerge tus blancos pies;
caminas, orgullosa y desnuda, y el mundo palpita
y se encuentra dentro de ti, ¡diosa de grandes costados!

¡Islas, moradas de los dioses! ¡Hélade, sagrada madre!
¡Oh! ¿por qué no he nacido en el santificado archipiélago
en los gloriosos siglos en que la tierra, inspirada,
asistía al descenso del cielo a la primera apelación!

Si mi cuna, flotando sobre la arcaica Tetis,
no fue acariciada por su cálido cristal;
si no he rezado bajo el frontón ático
de tu altar nativo, victoriosa belleza;

prende dentro de mi pecho la chispa sublime,
no apagues mi gloria en la tumba;
¡y deja que mis pensamientos se viertan en ritmos de oro,
como metal divino dentro de un molde armonioso!

Leconte de Lisle . Poèmes antiques.