Retrato de Enrique VIII de
Inglaterra
Pintura renacentista alemana. 1540
Galleria Nazionale d'Arte Antica, Roma
Se ha querido ver
en este cuadro una cacería de elefantes, un mapa de Rusia, la constelación de
la Lira, el retrato de un papa disfrazado de Enrique VIII, una tormenta en el
mar de los Sargazos, o ese pólipo dorado que crece en las latitudes de Java y
que bajo la influencia del limón estornuda levemente y sucumbe con un pequeño
soplido. Cada una de estas interpretaciones es exacta atendiendo a la
configuración general de la pintura, tanto si se la mira en el orden en que
está colgada como cabeza abajo o de costado. Las diferencias son reductibles a
detalles; queda el centro que es ORO, el número SIETE, la OSTRA observable en
las partes sombrero-cordón, con la PERLA-cabeza (centro irradiante de las
perlas del traje o país central) y el GRITO general absolutamente verde que
brota del conjunto. Hágase la sencilla experiencia de ir a Roma y apoyar la
mano sobre el corazón del rey, y se comprenderá la génesis del mar. Menos
difícil aún es acercarle una vela encendida a la altura de los ojos; entonces
se verá que eso no es una cara y que la luna, enceguecida de
simultaneidad, corre por un fondo de ruedecillas y cojinetes transparentes,
decapitada en el recuerdo de las hagiografías. No yerra aquel que ve en esta
petrificación tempestuosa un combate de leopardos. Pero también hay lentas
dagas de marfil, pajes que se consumen de tedio en largas galerías, y un
diálogo sinuoso entre la lepra y las alabardas. El reino del hombre es una
página de historial, pero él no lo sabe y juega displicente con guantes y
cervatillos. Este hombre que te mira vuelve del infierno; aléjate del cuadro y
lo verás sonreír poco a poco, porque está hueco, está relleno de aire, atrás lo
sostienen unas manos secas, como una figura de barajas cuando se empieza a
levantar el castillo y todo tiembla. Y su moraleja es así: «No hay tercera
dimensión, la tierra es Plana, el hombre repta. ¡Aleluya! ». Quizá sea el
diablo quien dice estas cosas, y quizá tú las crees porque te las dice un
rey.
Historias
de Cronopios y de Famas
-Manual
de instrucciones-
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