Der Lyriker (autorretrato)
Pintura expresionista.
1911
La cabeza ya ha sido abatida por los vientos o por un solo viento, solitario
el viento y violento y triste. No la ha segado, la ha vencido. Se mantiene, sin
embargo, viva; la frente grande, los grandes ojos abiertos, los colores
intensos que encienden la faz de un pájaro no del todo rendido a su inmensa
desgracia, la de no hacer reír y alimentar sin fin el llanto. Huracanado, el
viento ha reducido hasta la horizontal, lo plano, el pensamiento. El cuerpo
duramente lo sostiene. El cuerpo es la sola extensión sin fin del pensamiento.
No hay cuello o no se ve. No hay tallo. No hay tallo que sostenga esta cabeza
dolorosa. El hombro izquierdo de la triste figura, apenas descubierto bajo la
oscura túnica parece cumplir esa función del tallo ausente. La cabeza se
inclina casi en la horizontal hacia el lado derecho. La capa oscura ocupa en
vuelos amplios buena parte del cuadro. Pero no llega a cubrir ni el rojo
intenso del desnudo sexo ni el tronco erecto que sube a un tiempo blanco y llameante
hacia el perfecto ángulo que componen el brazo y la mano derechos sosteniendo
la izquierda que sostiene a su vez a la entera figura. Manos de dedos y uñas
incendiados. Casi en ángulo recto, las líneas de las manos y los dedos son el
centro del cuadro. ¿El centro del pensar? Ardiéramos con ellos en lo nunca
extinguible.
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