Un bisonte dormido
Pintura rupestre paleolítica
14.000-9.500 a.C.
Santillana del Mar. Cantabria
FUCSIA
Se estaba bien allí, en la penumbra, con la luz del gran fuego fundiéndose sobre los muros en una infinita gama de grises. Los demás, en cambio, preferían hacer rueda en tomo a las llamas, calentando el cuerpo y preparándolo para el sueño. Su mujer, entre ellos. La presencia de su mujer le avivó la mala conciencia. ¿Era moralmente aceptable que él se pasase todo el día pintando mientras el resto debía ocuparse de la dura lucha por la subsistencia? Lo único que atenuaba la incómoda sensación era que ellos parecían preferir que él continuase con su tarea, aunque al precio de mirarlo un poco extrañamente. En realidad, la mala conciencia sólo aparecía por las noches, cuando ellos llegaban en fila india y se dejaban caer junto al fuego, rendidos y sucios, sin aliento siquiera para quitarse sus abrigos de piel, hipnotizados por las llamas. Sólo a veces, antes de la cena, alguno se levantaba y pasaba a la otra estancia, donde él pintaba, para apreciar lo que había adelantado durante la jornada. Luego, al salir, le echaba esa mirada extraña que él prefería interpretar como una forma de aliento.
La noche era especialmente húmeda y fría. El pintor de las cuevas de Altamira se echó a dormir. Y soñó con un color que quince mil años después se llamaría fucsia.
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