domingo, 31 de diciembre de 2017

Anne Sexton / La noche estrellada



La noche estrellada
1909
Pintura postimpresionista
Museo de Arte Moderno de Nueva York.


La noche estrellada

"Esto no impide que yo tenga una terrible necesidad
de -¿debo decir la palabra?- religión. Pues salgo
fuera de noche y pinto las estrellas."
Vincent van Gogh en una carta a su hermano Theo

La ciudad existe sólo
allí donde un árbol de hojas negras crece
como una mujer ahogada hacia el cielo ardiente.
La ciudad está en silencio. La noche hierve con once
estrellas.
¡Oh, noche estrellada, noche estrellada! Así es
como yo quiero morir.
Ella se mueve. Todo está vivo
Incluso la luna se hincha en sus hierros naranja
para pujar niños, como un dios, desde su ojo.
La vieja serpiente oculta se traga las estrellas.
¡Oh noche estrellada, noche estrellada! Así es
como yo quiero morir:
dentro de esa bestia precipitada de la noche,
sorbida por el gran dragón, separarme
de mi vida sin bandera,
sin vientre,
sin grito.
“Todos mis seres queridos” – 1962

domingo, 24 de diciembre de 2017

Jaime Siles / Acis y Galatea



Acis y Galatea
c. 1630
National Gallery of Ireland, Dublin



ACIS Y GALATEA

Ese cuerpo labrado como plata,
ese oro, esa túnica, esa piel,
ese color que tiñe la escarlata
corola del pistilo de un clavel;
ese cielo de cárdenos espacios,
esa carne que tiembla en el vaivén
de las rodillas y de los topacios
nos dicen que este cuadro es de Poussin.
El resplandor del sol en los minutos
del gris del agua sobre el gouache del gres,
el césped de corales diminutos
que puntean las puntas de sus pies;
el placer de los vicios absolutos,
el maquillado estambre, el cascabel
de sus tacones, los ojos resolutos
disueltos en vidrieras de bisel;
las dunas de su cuerpo y esas manos
que la luz difumina en el papel
de este poema dicen que eran vanos
ese oro, esa túnica, esa piel.
La chica que los mira aquí a mi lado
es más real que el lienzo y que el pincel:
hace un gesto de geisha emocionado,
más certero, más cierto, más rimado
de rimmel que la estrofa del clavel.
El cuadro del museo que miramos
no está en la sala, ni en el Louvre, ni en
la Tate Gallery, el Ermitage o Samos,
y no es -ni por asomo- de Poussin.
El cuadro del museo que miramos,
Acis y Galatea
somos nosotros mismos mientras vamos
-ojo, labio, boca, lengua, mano-
sobre la carne del amor humano
ensortijando flores, cuerpos, ramos
de un verano mejor que el del pincel.


domingo, 17 de diciembre de 2017

Raúl Guerra Garrido / Real Oratorio del Caballero de Gracia



Arquitectura neoclásica.
Siglo XVIII


 Caballero de Gracia

Por muy poco, por el ancho de una manzana, se salvó la calle del Caballero de Gracia de las demoliciones necesarias para la construcción de la Gran Vía. La famosa calle debe su nombre a un personaje del que, de no haber bautizado una calle, nadie guardaría memoria. Se trata de Jácome o Jacobo de Grattis (1517, Módena-1619, Madrid), conocido en su tiempo como el Caballero de Gracia, no título nobiliario sino alias. Del porqué del sobrenombre de Gracia, virtud que sin duda alguna le adornaba, existen múltiples versiones, en diversas anécdotas, siendo la de su nacimiento la más fiable. Se cuenta que su madre, gestante, fue dada por muerta y cuando iba a ser enterrada recobró de pronto la vida, asustando a todos los presentes pero convenciéndoles también de que el niño por nacer tendría una gracia especial, un don particular que no fue tanto una específica virtud sino una predisposición genérica para atraer a la suerte y caer bien o en gracia. De ahi su prestigio siempre por encima de su merecimiento. Su longevidad, murió a los 102 años, quizá fuera una más de las gracias adquiridas en el cataléptico vientre materno, y que suele atribuirse a quien durante el embarazo incrementa con sus lágrimas el líquido amniótico. El Oratorio del Caballero de Gracia fue construido a fines del XVIII por la Venerable Congregación de Esclavos del Santísimo Sacramento en homenaje a Jacobo de Grattis, fundador de la orden. Se trata de un bello y sereno templo neoclásico de planta basilical, diseñado por Juan de Villanueva siguiendo los cánones de Palladio, con una harmoniosa cúpula, hieráticas columnas y bellísimos frescos. El breve atrio que forman escaleras y retranque vivió los avatares de la calle constituyéndose en nocturno refugio de tiracantos, derramasolaces y yonquis más o menos posmodernos, noctívagos pobladores que suelen dejar tras de si un rastro de imposible reciclaje y otros productos varios enigmáticos para el ciudadano medio. La cabecera del templo, es decir, la fachada posterior, se asoma a la Gran Vía acumulando varias excepcionalidades: es parte del único edificio que se conserva anterior a 1910, es el único edificio religioso de tal avenida y es un edificio evanescente. El Caballero de Gracia era un hombre riquísimo, que poseía  casi todas las casas de la calle a él dedicada, suntuosas y con hermoso jardín a la italiana cada una  de ellas. Su fortuna procedía de la herencia, de los negocios, de la diplomacia, del espionaje y de mil vicisitudes que su gracia transmutaba en oro. La leyenda le atribuye una vida paralela en otras mil aventuras amorosas.

Tener o no tener gracia:


domingo, 10 de diciembre de 2017

Pedro Gómez Valderrama / Judit con la cabeza de Holofernes



Judit con la cabeza de Holofernes
1613
Pintura barroca italiana
Galleria Palatina (Palazzo Pitti), Florencia


Días después regresó, pálido y silencioso, arrogante de nuevo, irascible y violento. Sus orgías fueron más estrepitosas, y había algo en ellas que hacía intuir al hombre enloquecido de rabia, como después de haber sufrido la más monstruosa de las humillaciones. ¡Ya le quedaba tan poco! Cuando no estaba ebrio o en brazos de cualquier mujerzuela, pintaba. El Gran Duque le encargó por entonces un cuadro, que le valió una fortuna, y en el cual pudo Cristófano, en forma tan hermosa que aún sus enemigos así lo reconocieron, dejar todas sus amarguras, todo su tormento, su ira y su desprecio: es la Judith, en la cual, más hermosa que nunca, aparece Mazzafirra, llevando la cabeza de Holofernes, que es el rostro atormentado de Cristófano. El rostro de Judith tiene la hermosa serenidad de Mazzafirra. Sólo en sus ojos y en su boca se adivina el abismo. En cambio, la cara de Cristófano revela todo su tormento, toda su angustia. Y al fondo está la cara siniestra de la madre, la misma cara de la que aún hoy se ve cruzar, a paso lento, el Ponte Vecchio. Dicen los que lo saben, que la cabeza de Holofernes tiene la misma expresión de angustia y de dolor que el rostro de Cristófano, cuando, amando todavía años después, desesperadamente, a Mazzafirra, se dejó morir de una herida causada por una espina en un pie, sin dejárselo amputar, sin hacer nada para evitar la muerte. La misma expresión de cuando se quedó muerto, conservando en las manos un boceto inconcluso de la diabólica mujer y, en el fondo fue también la muerte de Holofernes, vencido por el amor.

La mujer recobrada