¿Queréis ahora contemplar a la flor de la juventud helénica? Contemplad el Hermes de Praxíteles. La estatua se ha conservado casi intacta en el mismo lugar en el que la colocara Pausanias en el templo de Juno, y está de acuerdo con su descripción. No hay, pues, duda alguna sobre su autenticidad. Más su mejor firma es su belleza. He aquí el arte griego en su perfección con un encanto fluido y un temblor de vida que no pertenece más que a este maestro. Hermes, que está en pie y tiene la cabeza levemente inclinada, lleva en su brazo izquierdo un pequeño Baco a quien muestra un racimo de uvas que sostiene con la derecha. El niño se apoya con una mano en el hombro de su preceptor y tiende la otra hacia el fruto deseado. Y el hermoso joven mira al niño apasionado con ternura y dulce malicia. Diríase que el tórax, el cuello, los brazos y las piernas de Hermes han sido cinceladas por las Gracias y ajustadas al canto de las Musas. En su frente transparente brilla la inteligencia bajo la rizada cabellera; una sonrisa entreabre sus labios, y el pensamiento brota de sus ojos claros. Va a hablar… La palestra le ha servido únicamente para hacer que su cuerpo se convierta en la lira de su alma, en el templo de su espíritu. Es el verdadero efebo; presto a escuchar a Sófocles y a comprender a Platón. De este mármol emana un escalofrío de divina juventud, que nos hace pensar que la forma humana es algo sagrado.
La Grecia heroica y sagrada
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