domingo, 26 de febrero de 2017

Irene Sánchez Carrón / Después del baño, mujer secándose



Edgar Degas
Después del baño, mujer secándose 
Pintura impresionista
1888-92
National Gallery. Londres.


Después del baño, mujer secándose 

Se consumen de fiebre mis pinceles
 dando forma a tu roja cabellera, 
y tu nuca desnuda hecha de cera 
no aciertan a mirar mis ojos fieles. 

Resbalo por tu espalda y por tus hombros 
que no envuelve la túnica de sueño
 y en tus curvas despéñase mi empeño 
de levantar belleza con escombros. 

Te miro desde cerca y tú te escapas 
cual diosa retirándose a su templo 
ajena a la mirada que en ti atrapas. 

Me angustia no poder entrar más dentro, 
y retirar la tela con que tapas 
el misterio del cuerpo que contemplo.

Irene Sánchez Carrón
Porque no somos dioses

domingo, 19 de febrero de 2017

Luis Alberto de Cuenca / Venus de Willendorf



Venus de Willendorf
Escultura paleolítica.
22.000-20.000 a.C.
Museo de Historia Natural de Viena

La Venus de Willendorf

Entre las chicas norteamericanas
que estudian español en la academia
de enfrente de tu casa, hay una gorda
que es igual que la Venus de tus sueños.
Bajo una camiseta de elefante
que pone «University of Indiana
(Jones)» y unos pantalones de hipopótamo,
se mueve por el mundo con el arte
que le da su ascendencia mitológica.
Hace ya varios días que vigilo
desde el balcón su cuádruple barbilla
y el sol dorado de su cabellera.
Hace ya varios días que le envío,
cuando se pone a tiro de mis ojos,
dardos de amor y flechas de deseo.
Pero no llegan nunca a su destino.

Su nombre era el de todas las mujeres

domingo, 12 de febrero de 2017

Rodrigo Caro / Anfiteatro de Itálica



Arquitectura romana
Siglo II d.C.
Santiponce (Sevilla)




Estos, Fabio ¡ay dolor! que ves ahora
campos de soledad, mustio collado,
fueron un tiempo Itálica famosa;
Aquí de Cipión la vencedora
colonia fue; por tierra derribado
yace el temido honor de la espantosa
muralla, y lastimosa
reliquia es solamente
de su invencible gente.
Solo quedan memorias funerales
donde erraron ya sombras de alto ejemplo;
este llano fue plaza, allí fue templo;
de todo apenas quedan las señales.
Del gimnasio y las termas regaladas
leves vuelan cenizas desdichadas;
las torres que desprecio al aire fueron
a su gran pesadumbre se rindieron.
Este despedazado anfiteatro,
impio honor de los dioses, cuya afrenta
publica el amarillo jaramago,
ya reducido a trágico teatro,
¡oh fábula del tiempo! representa
cuánta fue su grandeza y es su estrago.

¿Cómo en el cerco vago
de su desierta arena
el gran pueblo no suena?
¿Dónde, pues fieras hay, está el desnudo
luchador? ¿Dónde está el atleta fuerte?
Todo desapareció, cambió la suerte
voces alegres en silencio mudo;
mas aun el tiempo da en estos despojos
espectáculos fieros a los ojos,
y miran tan confuso lo presente
que voces de dolor el alma siente.
Aquí nació aquel rayo de la guerra,
gran padre de la patria, honor de España,
pío, felice, triunfador Trajano,
ante quien muda se postró la tierra
que ve del sol la cuna y la que baña
el mar, también vencido, gaditano.

Rodrigo Caro
Canción a las ruinas de Itálica
Poema completo aquí.

domingo, 5 de febrero de 2017

Giovanni Papini / El hombre enfermo




Retrato de un hombre (El hombre enfermo)
Antiguamente atribuido a Sebastiano del Piombo 
1514.
Galleria degli Uffizi (Florencia)  


Nadie supo jamás el verdadero nombre de aquel a quien todos llamaban el Caballero Enfermo. No ha quedado de él, después de su impensada desaparición, más que el recuerdo de sus sonrisas y un retrato de Sebastiano del Piombo, que lo representa envuelto en una pelliza, con una mano enguantada que cae blandamente como la de un ser dormido. Alguno de los que más lo quisieron —yo estoy entre esos pocos— recuerda también su cutis de un pálido amarillo, transparente, la ligereza casi femenina de los pasos y la languidez habitual de los ojos.

Era, verdaderamente, un sembrador de espanto. Su presencia daba un color fantástico a las cosas más sencillas; cuando su mano tocaba algún objeto, parecía que éste ingresara al mundo de los sueños... Nadie le preguntó nunca cuál era su enfermedad y por qué no se cuidaba. Vivía andando siempre, sin detenerse, día y noche. Nadie supo nunca dónde estaba su casa, nadie le conoció padres o hermanos. Apareció un día en la ciudad y, después de algunos años, otro día, desapareció.

La víspera de este día, a primera hora de la mañana, cuando apenas el cielo empezaba a iluminarse, vino a despertarme a mi cuarto. Sentí la caricia de su guante sobre mi frente y lo vi ante mí, con la sonrisa que parecía el recuerdo de una sonrisa y los ojos más extraviados que de costumbre. Me di cuenta, a causa del enrojecimiento de los párpados, que había pasado toda la noche velando y que debía haber esperado la aurora con gran ansiedad porque sus manos temblaban y todo su cuerpo parecía presa de fiebre.

La última visita del caballero enfermo

Cuento completo aquí